Volumen 4

SECCIONES

Año 2 Número 4

 

 

 

 

 

 

UN NUDO DEL ENCUENTRO PERDIDO

 

 

 

 

 

 


EDITORIAL

UN NUDO DEL ENCUENTRO PERDIDO

Raquel Baloira

Oír es ser tocado a la distancia
Pascal Quignard [1]

Todos confinados. Pero, ¿todos aislados? Quizá convenga advertir, en estos tiempos del virus, si hemos podido hacer un litoral allí donde, como seres hablantes, al encontrarnos con la huella de nuestro exilio, consentimos realmente al lazo social.

Estamos solos, como dice Lacan, no solamente ante el hecho de que el Otro no existe, sino también porque tomamos contacto con algo que surge como efecto de esa ausencia. Estar solos no es lo mismo que estar aislados. En la soledad, lo que se pone en juego es la separación. La experimentamos cuando nos confrontamos con la falta en el Otro y en nosotros mismos. [2] En el aislamiento no se necesita del Otro, se lo excluye. En la soledad se desea su presencia.

Ahora bien, eso que se ha llamado “distanciamiento social” no tiene por qué convertirse en un muro que impida el lazo con los otros. Prueba de ello ha sido la “zoomización” [3], tal y como llama Anna Aromí, al fenómeno que ha producido que millones de personas en el mundo se reúnan semana a semana haciendo uso de las video llamadas durante la pandemia por la COVID-19.

El asunto es que no siempre el Otro que se hace presente en la pantalla nos toca a la distancia aunque el objeto voz y el objeto mirada no estén confinados. Así como tampoco puede llegar a tocarnos cuando se pone en juego la presencia real del cuerpo. Más bien, tendríamos que ver si la “zoomización” revela otra manera de taponarnos con el objeto para evitar la falta. Entonces todos muy bien adaptados a las comunidades virtuales, pero profundamente aislados en nuestras pequeñas cuevas.

Tal vez nos toca inventar una caverna. Hacer de ella, como hizo Platón, una cámara oscura donde resuene una voz propia. Una voz que no es la voz del súper yo que mandaría a gozar con el ojo absoluto del Zoom, sino una voz que se nos presenta tal como dice Miller cuando se refiere al sentido que le da Lacan a la voz: “no sólo no es la palabra, sino que no es nada del hablar.” [4]

En el tiempo de las grutas paleolíticas, los primeros pintores, según conjeturas de Pascal Quignard, siguieron las propiedades acústicas de algunas paredes para hacer resonar lo que pintaban en la piedra. Las cuevas se constituían en instrumentos de música. Quignard cuenta en la Imagen que nos falta: “A la luz de la antorcha de grasa, que descubría una por una las epifanías bestiales rodeadas de penumbra, respondían las músicas de los litófonos de calcita”. [5]

Algo sucedía en el exterior que, al pasar por el agujero de la cueva, llevaba a los primeros pintores a delimitar un vacío que les permitía hacer audible los rugidos de las fieras.

Lacan también delimitó un vacío para hacer resonar su voz, cuando al estar frente a los muros de la capilla de Sainte-Anne, hospital donde inició su práctica, dijo que hablaba a las paredes. [6] Allí dio una serie de charlas. Los muros le sirvieron de metáfora para interrogar si el público que allí se encontraba podía escuchar, pero asimismo le sirvieron para poner de relieve de qué manera el campo donde se instaura la experiencia de un análisis es un muro. El muro que es el lenguaje y que cada vez debemos atravesar. Es decir, el muro no sólo será impedimento y obstáculo, sino también servirá de instrumento para producir un efecto de sentido que, por su resonancia, se haga inolvidable al tocar el cuerpo y así pueda causar una perturbación en el goce que nos habita.

Gracias a los envoltorios ofrecidos por lo imaginario y lo simbólico, si se ve enfrentado con la separación, el ser hablante puede tener la oportunidad de reencontrar, en el exterior, un goce con el cual emparejarse.

Lo real de la COVID-19 nos ha mostrado de qué manera siempre nos tocará enfrentar el acontecimiento que supone simbolizar la falta, cuando una contingencia de la vida nos haga evocar el objeto perdido o cuando se viva la fractura que implica sentirse descolocado ante ese Otro que anida en nosotros. Y se requerirá de cierto tiempo para que el sujeto pueda hacer un arreglo sinthomático que le posibilite aparejarse con un nuevo objeto, que como bien señala Lacan, en el seno más asentido de mi identidad conmigo mismo es él quien me agita. [7]

En estos tiempos que corren, la acción lacaniana enfrenta el desafío de hacer resonar otra cosa que no sea el sentido que pretende imponernos el ojo absoluto del Zoom. El riesgo para el psicoanálisis es desaparecer por la entrega al goce mudo del objeto.

La invitación es a volverse absolutamente radical ante esa operación, cuyo efecto puede dejar al sujeto dominado por el encantamiento narcisista, donde lo real del cuerpo, al ser excluido, retorna con la ferocidad del goce.

Hacer del muro un amuro es una dimensión que propone Lacan para desplazar las murallas que obstaculizan el lazo con el Otro, puesto que, al jugar con el amor, el objeto “a”, el muro y la resonancia, se puede producir olas en el océano de las palabras vanas.

Hemos jugado con la pantalla de cristal líquido para hacer de Factor@ un amuro. No es nada seguro que lo hayamos logrado. Los textos que escribimos deben probarle al otro que lo deseamos. Era ésta la recomendación de Roland Barthes. [8] Pero de cualquier manera, si de lo que se trata es de fracasar mejor, puesto que la falla o los tropiezos son nombres del agujero, podemos decir que sí hay un acto logrado: la prueba de que la escritura existe.

NOTAS

  1. Quignard, Pascal. El odio a la música: diez pequeños tratados, Ediciones Andrés Bello, México, 1996, p. 60.
  2. Brignoni, Susana. [En línea] De la soledad al aislamiento, disponible: http://ampblog2006.blogspot.com/….
  3. Aromí, Anna. [En línea] Una playa de poesía, disponible: https://zadigespana.com/….
  4. Miller, Jacques-Alain. Jacques Lacan y la voz. Freudiana 21, Barcelona, p.15.
  5. Quignard, Pascal. El odio a la música, Ediciones Andrés Bello, México, 1996, p. 82.
  6. Lacan, Jacques. Hablo a las paredes, Editorial Paidós, Barcelona, México, 2012, p. 85.
  7. Lacan, Jacques. Instancia de la letra o la razón desde Freud. Escritos. Siglo XXI Editores, 1957, p. 473.
  8. Barthes, Roland. El placer del texto y Lección Inaugural.Siglo XXI Editores, 2004, p. 14.

 

 

 

 

 

 

TEXTO DE ORIENTACIÓN

 

 

 

 

 


EL NIÑO Y EL SABER

Jacques-Alain Miller

 

 

 

El Instituto del Niño ha sido inaugurado este día con una serie de trabajos sobre los miedos de los niños. La elección de este tema se justifica, en tanto que el texto más importante que Freud consagra al niño o mejor al psicoanálisis con niños, al menos a su inscripción en el discurso analítico, es el análisis de una fobia que, como saben, toma el aspecto de un miedo, miedo irrazonable a los caballos. Esta jornada inaugural puede ser considerada como una conmemoración a este gran texto.

¿Qué tema para la segunda Jornada que tendrá lugar en dos años? ¿Qué tema que haga pareja con “los miedos de los niños” y que haga con él un efecto de sentido?

El miedo es patético, es un afecto. Vayamos pues a buscar un término que se le oponga como polaridad. Debe ser un término que pertenezca al registro que llamamos del significante. Está más que justificado que una fobia, si se experimenta en el nivel del afecto, se analiza en el nivel del significante. Y es hasta tal punto que, en la cura de Juanito, la fobia ha podido ser definida por Lacan como un “cristal significante”. Un cristal significante es una formación del inconsciente, hecho de un número limitado de significantes de los que el niño explora todas las permutaciones posibles. Una fobia, no es un miedo, no se reduce en absoluto a un miedo. Una fobia, tal como se revela en una cura de orientación analítica es una elucubración de saber sobre el miedo, o bajo el miedo, en la medida en que es su armadura significante.

De esta reflexión, muy simple, procede la elección que he hecho del tema de la próxima Jornada, “El niño y el saber”. Este tema, por su parte, despierta reflexiones que les ofrezco, a fin de abrir el campo y no para cerrarlo. En los dos años que nos separan de esta próxima Jornada, aquellos que están en relación a este nuevo Instituto del Niño tendrán tiempo para explorar este campo.

Una vez dicho, encuentro que el niño y el saber son dos palabras que van muy bien juntas, pues el niño es, podríamos decir, la victima totalmente designada del saber.

¿Qué es un niño? No es demasiado tarde para plantear esta pregunta. Un niño es el nombre que damos a un sujeto en tanto que se le consagra a la enseñanza, bajo la índole de la educación. El niño es un sujeto a educar, lo que quiere decir el sujeto a conducir, a dirigir, como lo confirma la etimología que nos remite al latín ducere, que es un verbo derivado del sustantivo dux, jefe.

Así, el niño es por excelencia el sujeto librado al discurso del amo, por el sesgo del saber, es decir, por la mediación de la pedagogía. Aquí también la etimología nos recuerda que “pedagogo” era el nombre del esclavo, encargado de conducir a los niños.

El saber del que se trata puede parodiarse como amo, pero nada más que a título de semblante. El verdadero amo, el amo que es la verdad de este semblante, no le vemos y es lo que Lacan ha traducido en su algebra, escribiendo bajo el significante S2, una barra y debajo de ella el S1, (S2/S1). El amo está escondido debajo de la apariencia de un saber amo, que no es más que el saber del esclavo para conducir a los niños y que son ellos en alguna medida los esclavos del esclavo.

Lo que Lacan ha llamado el discurso de la Universidad, podemos considerarlo como una estructura general de todos los aparatos en donde el saber está en posición de semblante y cuyas apuestas son obtener poder. Y el niño hoy es una apuesta del poder y nosotros tenemos que decir dónde nos inscribimos ante este espectáculo.

Así, las controversias actuales sobre la educación son, de un lado a otro, políticas. Se trata nada más ni nada menos que de la producción de sujetos. Se trata siempre de reducir, comprimir, amaestrar, manipular el goce de aquel que llamamos un niño para extraer un sujeto digno de este nombre, un sujeto sujetado.

Y nosotros asistimos a esto que es creciente: una concurrencia de saberes, una rivalidad de las tradiciones, una lucha de las trasmisiones que se dan a cual mejor para determinar qué saber ganará sobre el otro en la producción de los sujetos, bajo qué empresa caerá el niño para merecer llegar a ser lo que en ciertos saberes se llama ciudadano. Esto es especialmente sensible cuando se trata de la enseñanza de la historia.

¿Qué historia, se preguntan? ¿Hay que enseñar la del país de residencia, la de Europa, la del mundo, la de la tradición étnica y/o religiosa a la que pertenece el niño?

Simplifiquemos la cuestión dibujando un triángulo de saberes en cuyos vértices está el Estado, la familia y los medios de comunicación.

El Estado porque estamos en Francia y en este país hay una tradición llamada republicana que prescribe una cierta clase de saber para transmitir, un cierto orden de saber cuyos fundamentos han sido colocados durante la Tercera República.

La familia, porque es también la comunidad étnica y/o religiosa cristiana, Judía, musulmana, la comunidad que quiere sujetos que perpetúen las prácticas y las creencias.

Los medios en tanto que la distracción vehiculiza también un saber que modela al sujeto, y nos interrogamos de manera reiterada sobre las incidencias que comporta el espectáculo sobre el sujeto a educar, en particular, muy intensamente a propósito de los espectáculos de la violencia.

Michel Foucault había forjado el término “biopolítica” para designar la producción de seres vivientes en tanto apuesta del poder. En esta misma línea porque no hablar de “epistemopolítica” para designar la política de los saberes que conciernen, que apuntan especialmente al niño y que buscan a conferirle una identidad, por ejemplo, la identidad que algunos llaman nacional. La cuestión es saber, a propósito del niño, cuando se disputan así los poderes con qué significantes amos será marcado. De todas formas, para que el sujeto pueda recibir una marca de identidad, precisa que el goce del niño sea descompletado, que sufra una pérdida, que una ablación se realice. Es la operación capital del saber-semblante. Nadie lo pone en duda cuando esta operación se encarna en una práctica como la de la escisión, pero ésta sólo manifiesta que todo saber comporta una escisión, todo saber realiza sobre el niño una ablación, exige que el consienta a una pérdida.

La imagen tradicional de la enseñanza es la de una crianza, de una alimentación. Es lo que expresa muy bien el nombrecito latín dado a la Universidad y que encontramos en Rabelais, incluso antes, en los romanos, para otros empleos: Alma mater, madre nutricia. Ya podemos corregir esta imagen pensando, como este tema de hoy es muy adecuado para recordarlo, que esta crianza puede muy bien invertirse en voracidad, y si en la boca de la mamá cocodrilo parece que podemos meter un pequeño bastón, no llegamos a ponerlo en la boca del aparato escolar y universitario, entonces es preciso que el niño mismo se haga este pequeño bastón.

El psicoanálisis nos incitaría más bien a sustituir este modelo oral de transmisión del saber por una referencia anal. La transmisión de saber exige siempre del sujeto que se vacíe del interior, que deje lo que le pertenece como propio, que se purifique del desecho que contiene. Y no es por azar que contemos con el testimonio del afecto de los primeros estudiantes de la Universidad de París, en el momento de su constitución, en el siglo XIII, ya que tenemos las cartas que escribían a sus familias: donde testimoniaban hasta que punto estaban en la mierda.

La voz y la mirada no están menos implicadas en la relación del niño al saber. Es necesario que una voz done el saber. Los psicólogos que han contrastado los resultados escolares, testimonian que es mucho mejor cuando la voz del profesor está presente para soportar el significante. Por otra parte, la educación apunta a incorporar en el sujeto la mirada del Otro de manera que el sujeto mismo se vigile, se controle como si fuera el Otro. Se precisa que el niño incorpore algo del Otro, y por excelencia lo que debe incorporar es la mirada del Otro.

Establezco un retrato un poco patológico de la escuela, pero muestra que lo que llamamos psicoterapia es en definitiva del mismo registro que la pedagogía. La psicoterapia es la pedagogía desde el momento en que acentuamos el carácter curativo de lo educativo y yo acentúo más bien el aspecto patológico o patógeno.

Le corresponde al Instituto del Niño despejar en la educación la función que tiene el deseo del Otro. Esto quiere decir también poner en cuestión el goce de los pedagogos, su goce infame por operar por el sesgo de los semblantes de saber sobre el goce del niño. La virtud de los pedagogos a menudo no es más que cubrir un goce que incluso desconocen, quizás calificado de sádico, con efectos de angustia sobre el educado.

Le incumbe al Instituto del Niño restituir el lugar del saber del niño, lo que los niños saben. Y saben. Saben siempre más de lo que sospechan los adultos, estos cretinizados ya por su educación acabada.

Saben más sobre el lenguaje, por la anticipación, como lo ha apuntado el lingüista.

Por supuesto, saben los secretos familiares.

Saben del deseo de los padres, aunque no sea más que a título de ser su síntoma.

Saben del deseo de los pedagogos. No se confunden sobre el carácter de semblante de los saberes que les imponen y sobre el halo de ignorancia en la que están rodeados y donde encuentran su fundamento.

El saber del niño, en el sentido del saber que tiene, no es de esos saberes de semblante, artificiosos que son puestos en el discurso sobre la misma matriz que el discurso de la Universidad. El saber del niño es un saber auténtico, que sea sabido o no sabido, y es bajo este título que se inscribe en el discurso analítico.

Diré la palabra “respeto”: en el discurso analítico la palabra del niño es respetada.

El niño entra en el discurso analítico como un ser de saber y no solamente como un ser de goce. Su saber es respetado como el de un sujeto de pleno derecho, pues es un sujeto en pleno ejercicio y no un “sujeto a advenir” como es a los ojos de la pedagogía, y es un saber respetado en su conexión al goce que le envuelve, que le anima, y del que podemos decir que se confunde con él.

La cura no es una educación. Primeramente porque acogemos, en psicoanálisis, a sujetos traumatizados por el saber del Otro, y por su deseo y por su goce, dicho saber, deseo y goce del Otro han tomado para ciertos niños valor de real. Se actúa sobre aquellos, sí, conducirles, pero conducirles no al dux, no a creer en el jefe, sino conducirles a esto que el Otro no existe.

El niño, en el psicoanálisis, es supuesto saber, y es más bien el Otro que se trata de educar, es el Otro que conviene enseñarle a comportarse. Cuando este Otro es incoherente y fracturado, cuando deja al sujeto sin brújula y sin identificación, se trata de elucubrar con el niño un saber a su medida que pueda servirle. Cuando el Otro asfixia al sujeto, se trata con el niño de hacerle retroceder, a fin de devolver a este niño su respiración.

En todos los casos, el analista está del lado del sujeto y tiene la tarea de llevar al sujeto, el niño, a jugar su partida con las cartas que le han distribuido.

Aquí se encuentra una prueba para el psicoanalista que controla la exactitud, la veracidad de su posición de analista, pues no puede operar con el niño más que a condición de no ser un siervo de ningún conformismo y primeramente de no ser un siervo del conformismo psicoanalítico, del conformismo del saber psicoanalítico.

Asistimos hoy, después de algunos años, en un cierto mundo psicoanalítico a la transformación de la metáfora paterna en un estándar, y lo que comporta como supremacía de la función del padre sobre el deseo de la madre se vuelve la expresión de un machismo primario, al mismo tiempo que la castración toma la figura de la norma.

El saber del psicoanálisis no es eso, es aquel que tiene que elucubrarse a ras del síntoma, lo más cerca de la localización original del síntoma. Es lo que Jacques Lacan llamaba el sinthome, es un circuito de repeticiones, un ciclo de saber-goce que se desencadena a partir de un acontecimiento del cuerpo, es decir de la repercusión en un cuerpo del significante.

En aquellos que llamamos niños, tenemos la suerte de poder intervenir antes de que los efectos de après-coup de esta repercusión hayan tomado la forma de un ciclo definitivamente establecido e incluso, si lo está, queda un margen que permite todavía orientar el ciclo del sinthome a fin de que el sujeto pueda encontrar allí un orden y una seguridad a su medida.

Lo que hay que esperar de la próxima Jornada del Instituto del Niño sobre “El niño y el saber” no es elaborar, aislar como una especialidad el psicoanálisis con niños, al contrario es contribuir al discurso analítico como tal. [2]

Trascripción de Daniel Roy y Hervé Damase, no revisada por el autor.
Traducción: Mariam Martín Ramos.

NOTAS

  1. Texto tomado de la Revista Carretel número 11. Autorizada su publicación por Begoña Isasi.
  2. Conferencia pronunciada en las II Jornadas del Instituto del Niño de la Universidad Popular Jacques Lacan.

 

 

 

 

 

 

POLÍTICA LACANIANA

 

 

 

 

 

 


HABITAR LA ESCUELA

Marcela Almanza

 

 

 

¿Cómo habitar la Escuela en tiempos de pandemia y sostener los principios de política lacaniana en un lazo posible, con otros, incluso en estas circunstancias tan peculiares?

Tomo estas cuestiones iniciales, abordando las nuevas coordenadas que, desde hace meses, han modificado sensiblemente nuestro estilo de vida y nuestra práctica analítica allí donde, por el momento, el encuentro entre los cuerpos ya no es posible y el mundo virtual parece haber tomado la escena bajo un carácter inédito hasta nuevo aviso.

En ese sentido, ¿cómo hacer de las puertas cerradas que, hoy por hoy, hacen parte de nuestro entorno cotidiano, incluido el consultorio, el local de nuestras Escuelas y la suspensión temporaria de eventos que nos congregaban, un punto de inflexión que permita vislumbrar que la Escuela permanece abierta y absolutamente vigente como referente ineludible para la formación del analista?

Sabemos que nuestra Vida de Escuela se sostiene por el deseo que nos anima y que funciona como un sólido pilar para apuntalar sus principios, aun frente al peso abrumador de este real que, ciertamente, adviene con su sello singular para cada uno.

Es en este entorno, que los analistas analizantes somos convocados a leer detalladamentelo que se desprende de esta “contingencia”, para abordar con calma esta experiencia, sin precipitarnos a sacar conclusiones apresuradas, pero, a la vez, sin renunciar a lograr hallar, paso a paso, alguna solución a la medida frente a lo que acontece.

Sin sustraernos de la parte que nos corresponde, se tratará entonces de relanzar la pregunta sobre cómo habitar la Escuela aun en este “nuevo mundo” sin desconocer que se trata de algo que se construye constantemente, cada vez, pues no hay modo de habitarla si no es bajo transferencia.

En su Seminario de Política lacaniana J.- A. Miller nos recuerda que “La fundación de la Escuela -Lacan lo indicó sin falsa vergüenza, sin falso pudor -tiene como fin proseguir lo que es su agalma, a saber, la enseñanza de Lacan. En todo caso, eso es lo que dijo Lacan, tuvo el coraje, la honestidad y la precisión de decir que la Escuela está constituida alrededor del elemento agalmático susceptible de producir la transferencia de trabajo.” [1]

Sabemos que la Escuela, como experiencia inaugural, introduce una forma asociativa inédita donde, en lugar de tener una sociedad vinculada a una tradición, a un saber formal instituido de antemano con respecto a lo que es un analista, lo que tenemos en su centro es un no saber irreductible – que escribimos S(A/)- un agujero central.

Este dato particular ya nos anticipa que, la Escuela concebida de este modo, está habitada de entrada por la inconsistencia, por un real ineliminable, pues no sabemos qué es un analista. Este es el real sobre el que se asienta la comunidad analítica.

Desde esta perspectiva, y concernidos por la experiencia analizante, se trata de que ese agujero en el saber nunca se colme, sino que más bien funcione operativamente en cada uno de nosotros provocando una posición activa y responsable donde el habitar no quede emparentado solo a propósitos ideales, buenas intenciones o al acceso efectivo a un lugar consabido sino más bien a nuestro acto, para que sea un trazo analítico el que oriente nuestro modo singular de habitar la Escuela.

En este contexto, entonces, donde estamos privados momentáneamente del encuentro entre los cuerpos es que somos convocados a pensar -una vez más- lo que implica hablar de la presencia del analista y de las múltiples aristas que se desprenden de esta formulación, no solo con respecto a las curas que dirigimos actualmente bajo estas circunstancias peculiares, sino también en referencia a este “habitar” tan especial donde “decidimos seguir apostando por la supervivencia del psicoanálisis de orientación lacaniana y por sus principios éticos, poniendo en valor el lugar y el lazo que sea posible para cada uno, para así restarnos de la impotencia, dando lugar a algún tipo de invención frente a lo insoportable.” [2]

Aquí retomo a Éric Laurent cuando plantea que “Lacan no deseó jamás aliviar ni al analista ni a la Escuela de la parte que les corresponde. Por la formación que dispensa se juzga si una Escuela mantiene o no al psicoanálisis en el lugar que le corresponde en el mundo. Desde este punto de vista, análisis personal, control y enseñanza se encuentran entrelazados”. [3]

En esa vía, sin desconocer las dificultades que se presentan en estos momentos complejos, habitar la Escuela implica no retroceder frente a los embates actuales sino por el contrario, reafirmar aún más la apuesta por la formación, ratificando el deseo por la vigencia del discurso analítico y por la Escuela del pase.

Punto de bisagra fundamental para lograr que permanezcan las puertas abiertas, de alguna manera, y así alojar la circulación de la palabra en términos clínicos, epistémicos y políticos para continuar bordeando los impasses que se derivan de esta coyuntura, no sin estar advertidos de la extimidad que nos habita.

Y esto no es posible sin una posición analizante dispuesta a escuchar, hoy más que nunca, lo que le concierne, pues “El psicoanálisis no es una experiencia de lo íntimo, del Uno por Uno, que le permite sustraerse al caos del mundo. Es una experiencia donde se anuda las formas en que cada uno vive la pulsión en su fantasma, sumergido en el caos del mundo, la discordia de los discursos, el después de Babel en el que, para decirlo con Pascal, estamos embarcados, sin poder descansar, en un horizonte donde el caos no vendrá a armonizar este desorden.” [4]

Seguir poniendo en el horizonte, un anudamiento posible entre trabajo de la transferencia y transferencia de trabajo será lo que permitirá abrir nuevos caminos por recorrer y así sostener una modalidad posible de habitar la Escuela.

NOTAS

  1. Miller, J.-A. Política lacaniana. Editorial Diva, Buenos Aires, 1999, p. 24.
  2. Convocatoria del Comité Ejecutivo de la NEL, 23/03/2020. Conversación permanente Hacia un nuevo lazo.
  3. Laurent, Éric. Su control y el nuestro. Revista Freudiana n. 30, publicación on-line, https://www.freudiana.com/.
  4. Laurent, Éric. El extranjero éxtimo II. Disponible en http://www.eol.org.ar/…

LA ACCIÓN LACANIANA Y LAS BIBLIOTECAS DE LA ESCUELA

Gladys Martínez

 

 

 

Hace 18 años, Miller planteó en su curso Un esfuerzo de poesía[1], la comunidad de destino entre el psicoanálisis y la poesía. Planteaba la posición del psicoanalista lacaniano en la sociedad, como “un exiliado en el interior”. En el momento en que los poetas se percataban de la expulsión de la poesía por la entrada de la modernidad regida por su ley de utilidad directa, Miller indica que es en esa coyuntura que nace Freud y que nace el psicoanálisis. El psicoanálisis toma el relevo de lo expulsado y, a su manera, produce un “reencantamiento del mundo”.

La utilidad directa que impone el discurso del amo actual es resistida en cada sesión de análisis, cuando aloja justamente lo que no tiene un valor ni de intercambio ni de mercancía. “Cada sesión de análisis – con lo que implica de contingencia, es decir, de azar y de miseria – afirma, sin embargo, que lo que vivo merece ser dicho”. [2]

La apuesta del psicoanálisis en ese reencantamiento del mundo es justamente la confianza en una utilidad de otro orden, irreductible, misteriosa, viva e insondable. Cada sesión es un esfuerzo de bien-decir sobre lo que nadie más podría hacerlo, porque no es común a todos, salvo al que concierne una singular marca que inscribió en su cuerpo el choque traumático con sus palabras pre-históricas.

En La doctrina secreta de Lacan sobre la Escuela, [3] Miller hace resonar, en el conjunto de miembros de las Escuelas de la AMP, esa posibilidad de inscripción “en ese lugar, el del viviente, el lugar de a minúscula. Esa es la realidad libidinal de la Escuela Una”. Es la paradoja de la comunidad de los que no hacen comunidad salvo porque “en su conjunto vale como objeto a para cada uno de sus miembros”. [4] Por ello las funciones y responsabilidades en una Escuela, no son sin lo que implica la encarnadura de un deseo de Escuela en relación con la causa analítica para cada uno.

Allí Miller insta a los miembros de las Escuelas a sostener lo que tenemos que hacer sin concesiones, con esa “fuerza moral”, con ese “rasgo intratable” no es otro que el principio lacaniano “no ceder en su deseo”. Dice: “No ceder en su deseo es transformar vuestro deseo en voluntad”. [5] De este modo, la acción lacaniana está asentada en ese principio, llevando esa voluntad hacia el mundo para que el psicoanálisis siga existiendo.

¿Qué lugar tienen las bibliotecas en nuestra Escuela?

Las Bibliotecas de la Escuela tienen por misión fundamental, ser ese instrumento de articulación e inserción de la Escuela en la ciudad donde cada Sede, Delegación y Grupo Asociado la hace existir. Las anima el espíritu de la acción lacaniana, en la que tienen la misión particular de hacer posible un lazo entre el Otro de la civilización y el discurso analítico, bajo las políticas de la FIBOL. [6]

Por otro lado, dentro de la Escuela, puede ubicarse su compromiso y responsabilidad en la Tercera sección de la Escuela definida por Lacan en su Acto de fundación. [7] Laurent, en Política del pase e identificación desegregativa,retoma sus implicaciones:

debía despejar, a partir de las publicaciones psicoanalíticas, los principios de su práctica que pueden alcanzar un estatus científico, e instruirse sobre las reconfiguraciones dentro de las ciencias humanas y más ampliamente “conjeturales” y recordar los aportes del psicoanálisis, sea que conciernan el saber o a la ética. Se trata en efecto de recordar, en todo el campo de la cultura, este aporte irreductible del psicoanálisis: el respeto de la particularidad subjetiva, en la era del universal de la ciencia. Esto va más allá del respeto de los derechos humanos. [8]

Las bibliotecas, lejos de ser depósito de objetos muertos u ornamentales, en un siglo de auge digital, son lugares privilegiados de encuentro e intercambio para sostener la dignidad de la palabra escrita y brindarle el soporte y relieve que merece. Lo sabíamos, pero no realmente.

Biblioteca abierta y despierta en tiempos de pandemia

La NEL, habitada su diversidad y dispersión geográfica, con un trabajo en red buscaba saber servirse de su polifonía. En cada lugar, por más modesta que sea una biblioteca en términos de anaqueles, libros, actividades, la vida palpita si quien se hace cargo está causado por su posición analizante. Esa fue la apuesta. Y se empezaba a avizorar el horizonte de crecimiento para ellas cuando un agujero se cavó en nuestras vidas y un nuevo universal se impuso: “todos confinados”.

La biblioteca de Babel de Borges, con sus galerías hexagonales, se detuvo estupefacta. Se produjo la rasgadura de un siglo, y asistimos a la escritura, en acto, de un inédito capítulo de la historia, tanto de la humanidad como de nuestra Escuela y del psicoanálisis.

Jacques-Alain Miller, en el primer capítulo de Un esfuerzo de poesía, retoma esta afirmación de Lacan: “el psicoanálisis también es una epidemia”. Cuando este seminario fue dictado nadie podía saber el cataclismo que el significante “pandemia” produciría en los cuerpos en otro año al que sólo cambiaba de lugar un número de la cifra: 2020. Dice Miller en el 2002:

Lo que él llama epidemia, por cierto, es entonces un discurso en la medida en que se esparce, en la medida en que atrae a seres hablantes, en que los ordena según las funciones que él dispone, los atrae por medio de sus significantes y de sus efectos de verdad, instaura un nuevo régimen de la palabra, un nuevo régimen de relación con el cuerpo, una nueva relación con el goce”. [9]

Y con el Covid-19 coleteando inclemente y sordo en el arrebatamiento de la vida, constatamos que “esa epidemia”, la del psicoanálisis, nos había contagiado primero, produciendo los lazos transferenciales que hacen nuestra Escuela. Lo que el psicoanálisis nos ha favorecido en la vida y ese instrumento privilegiado para hacerlo existir, como lo es la Escuela, constituían el mejor antídoto para hacerle frente a ese real, sin escamotear el exilio irremediable propio y conminándonos a ser mejores lectores de “la retórica del inconsciente”y de las formaciones del propio.

El trabajo de la Escuela nos sostiene vivos, atentos a no dormirnos en la trinchera ni a ensoñar la salida de un túnel. Los pilares y fundamentos de la Escuela fueron hechos para albergar el real de la formación analítica y allí están, firmes, incluyendo la misión de las bibliotecas.

Se pudo constatar que estos mágicos lugares que albergan el “agalma” de la obra freudiana y lacaniana, siguen abiertos, así los anaqueles, las páginas, los catálogos yazcan silentes porque los ojos lectores ávidos del encuentro con pasajes que enciendan llama y luz en ese resquicio tan único en que la causa analítica pulsa y propulsa, lo necesitan más que nunca.

La pandemia sigue amenazante en las esquinas y las bibliotecas físicas permanecen solas en la mayoría de los países de la NEL. Pero, las bibliotecas están despiertas a leer en esta transformación del mundo cómo se reconfigura la subjetividad de la época.

En el trayecto y siguiendo la orientación de Judith Miller [10] los encuentros con artísticas de Latinoamérica fueron un hilo a explorar, desde la advertencia lacaniana a no actuar como psicólogos ni de ellos ni de sus obras, sino a seguirlos en el camino en que ellos nos llevan la delantera.

Estos encuentros [11] nos sorprendieron con el tratamiento original que cineastas, escritores, escultores, poetas, artistas plásticos y fotógrafos hacían de las pasiones humanas, -odio, cólera e indignación que fueron el tema de trabajo del ENAPOL 2019. Así mismo, al ser tocados por la investigación desde su lente, voz y pluma del uso de los sueños, con el que cifran y bordean el real que habita el ser hablante, se despertó el deseo de salir al encuentro de otros, con un mejor decir y hacia una acción más lacaniana. No sin retornar sus resonancias, saldos de saber e interrogantes a la Escuela.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1. Miller, Jacques Alain. Un esfuerzo de poesía. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2016.
  2. Íbíd., p. 160.
  3. Miller, Jacques Alain. La doctrina secreta de Lacan sobre la Escuela. Bitácora Lacaniana #7. Revista de Psicoanálisis de la Nueva Escuela Lacaniana. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2018.
  4. Ibíd., p. 16.
  5. Ibíd., p. 17.
  6. Federación Internacional de Bibliotecas de la Orientación Lacaniana. Disponible en: http://www.nel-amp.org/….
  7. Lacan, Jacques. Acto de fundación. Otros Escritos. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2012. p. 250.
  8. Laurent, Éric. Política del pase e identificación desegregativa. Revista Lacaniana de Psicoanálisis #26. Año XIV, Junio de 2019, p. 96.
  9. Miller, Jacques Alain. El psicoanálisis es una epidemia”. Un esfuerzo de poesía. Paidós, Buenos Aires, 2016, p.20.
  10. Miller, Judith. El Campo Freudiano y la acción lacaniana. Bitácora Lacaniana #1. Revista de Psicoanálisis de la Nueva Escuela Lacaniana. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2012. p. 71.
  11. Encuentros de bibliotecas NEL. Disponible en: http://www.nel-amp.org/…

 

 

 

 

 

 

LA ACCIÓN HACE LAZO

 

 

 

 

 

 


NUESTRA “WITZTITUCIÓN”: LA PRODUCCIÓN DE UN LAPSO EN EL OTRO PARA MUDAR LO INSOPORTABLE

Erick González

 

 

 

Freud en 1927 [1] propone que el humor es la manera a través de la cual el superyó abraza, consuela al yo, del sufrimiento acaecido por encontrarse éste en un lugar reducido, amedrentado por el propio superyó.

Estamos advertidos de que el término “witz” [2] se refiere al chiste, y que el mismo Freud hace una diferenciación entre el chiste, lo cómico y el humor. Sin embargo, en este texto hacemos un uso del término “witz” en el que se amplía su campo de acción del chiste a las agudezas, e incluso a las formaciones del inconsciente, de manera más general. Es en esta línea que hacemos equivaler el “witz” del título con la magnitud referida al humor.

Otra advertencia que es necesario hacer es la de que tomamos esta doctrina del “witz” no para comprender su funcionamiento en las psicosis o en los autismos; y por ello hemos de hacer la salvedad de que la operación del “witz” aquí, más que dirigida al sujeto psicótico, se aplicará más bien al tratamiento del Otro, y tal como sugiere Alexandre Stevens [3], a la estructura de la reunión de equipo como tal.

TEAdir

Se trata de una institución que incluye en su mismo nombre un “acudit” [4]: “Té a dir”, en catalán significa “tiene algo para decir” o “tiene para decir”; la política implicada en ello es que si aquello que se designa con las siglas TEA implica en el Otro social un “nada para decir” de los sujetos autistas, TEAdir propone otra cosa.

Cuando pusimos en marcha los primeros dispositivos de la Associació, orientados por lo que se había dado por llamar práctica entre varios, tuvimos en cuenta un sintagma, entre otros, que implicaba toda una orientación en sí: No vamos a pretender realizar el tratamiento del sujeto sino el tratamiento del Otro. [5]

Aquí se ponía en juego, según podíamos leer, en las experiencias de las instituciones de la llamada RI3 [6], algo que formaba parte del estilo singular de esta práctica del alojamiento de sujetos para los cuales sus modalidades de rechazo al Otro eran fundamentales para sostenerse en el mundo. No se trataba entonces de ir a abordarles, demandándoles una atención que era precisamente la cifra de su rechazo al Otro. Más bien se trataba, al menos en parte, en la práctica entre varios, de una organización colectiva ―por así decir― de soledades en colaboración, que pudieran favorecer, si en algún momento se daba la ocasión, la experiencia del encuentro; propiciándola, multiplicándola, redoblándola, flexibilizándola, inscribiéndola así en el “corpus” social que se pondría en acto en la institución misma.

Virginio Baio explica que en los inicios de L’Antenne fue muy importante una conclusión que extrajeron de una observación en otra institución en la que sucedía que los chicos se acercaran a la mujer de la limpieza a demandarle cosas, cuando no solían hacerlo con nadie. Esto tenía que ver con el hecho de que para esta mujer su ejercicio no estaba para nada centrado en ellos, sino en el cuidado del edificio por el que iba cantando o silbando sin dirigirles ningún requerimiento, ni que se pusieran al trabajo en ningún taller, ni que se sentaran a comer a la hora que correspondía, etc. Ella simplemente transitaba por el espacio creando una atmósfera hogareña.

Lapso en el Otro

Entonces de allí se extrae una conclusión sencilla pero muy difícil de sostener: en la medida en que la operación recaiga sobre la atmósfera el sujeto tendrá más oportunidades de aparecer. Eso implicará a la institución un trabajo de ser dóciles ante las cartas de presentación de cada chico o chica. Se trata así de reconocer que en ese tratamiento de la atmósfera nos incluimos en el campo del Otro, y que a veces justamente, se trata de un campo inerte, yermo, desierto, en el que precisamente ese Otro no ha visto su propio nacimiento, y por lo tanto, en sí, esa entrada es un acto, a veces inaugural.

Si suponemos al sujeto, suponemos al Otro y suponiendo nos incluimos en dicha instancia. No hay, sin embargo, que confundirse creyendo que insertándonos allí nos convertimos en lo imprescindible para el sujeto. Otro de los sintagmas básicos de esta práctica es la de la destitución [7] del especialista de un ámbito profesional, o del trabajador especialista de un caso en específico. En nuestra institución no existe el referente o el psicoanalista de tal o cual chico o chica, allí se opera una destitución que apunta a instituir el entre varios, la pluralización inspirada en el propio movimiento de Lacan para su enseñanza, cifrada en el movimiento del Seminario 9 sobre la identificación al Seminario Inexistente sobre “los nombres del padre”. En la institución este dispositivo de pluralización no se sostiene sólo por la vía de (1) suponer del sujeto, y (2) por esta vacuna contra la sugestión narcisista en la que el trabajador puede llegar a creerse el único partenaire del sujeto; sino que también se sostiene (3) en la invención de dispositivos que permitan sostener esa tensión, ese debate, ese agonista de la sugestión.

De allí surge la idea de la producción de un lapso en el Otro, un vacío, con respecto al cual la reunión de equipo, la función del más uno sostenida por el director terapéutico, el análisis personal y la formación sustentan, y se convierten en condiciones para el mantenimiento de esta práctica. Ese lapso en el Otro es también un malentendido, un tratamiento por la vía del semblante de aquello que solo aparece como real descarnado de entrada, rechazo del sujeto al Otro que en su topología se cristaliza como un rechazo que destina al sujeto mismo, al lugar de objeto de goce del Otro. Ese malentendido al modo de “witz”que se produce por el tratamiento mismo del Otro, nos enseña sus resultados cuando incide en el juicio sobre el sujeto que emite habitualmente el comité de estética, de ética, o moral que en ocasiones constituye a ese Otro. Si nuestra operación es la de mudar lo insoportable con lo humorístico encontramos que en este Otro, en sus figuras de lo social; por ejemplo, en las familias, en las escuelas, en los evaluadores, en la gente con la que nos encontramos en la calle, en algunos momentos nos dan el índice de una confusión producida, muchas veces hilarantes, y que nos hacen llegar nuestro propio mensaje de forma invertida.

Virginio Baio [8] a este respecto explica otro ejemplo, en el que un cura visita su institución, y después de asomarse al comedor dice: “No había visto nunca niños tan civilizados”. Virginio previamente no se ha ahorrado en explicarnos la gravedad de los casos con los que trabajan en la institución. El cura prosigue: “Sin duda son todos unos pequeños neuróticos”, a lo que Virginio comenta en el texto: “Le hemos dejado con su ilusión: todos esos niños se habían convertido, tras un largo trabajo, en pequeños grandes señores, cuya posición psicótica era difícil de distinguir para cualquiera”.

Por otro lado, encontramos el ejemplo que nos dio Bernard Seynhaeve durante unas jornadas en Barcelona [9], en el que la vida cotidiana de la institución convierte a un evaluador en interviniente, haciéndole olvidar su cometido. El hombre se había presentado exigiendo el manual de buenas prácticas de la institución, los protocolos, y mientras el director torpemente buscaba dichos documentos, las interrupciones les llevaron en la dirección de asumir la atención de las contingencias que afectaban a los sujetos allí alojados. Las buenas prácticas en acto sustituyeron así el afán del protocolo, por un tiempo (esto es un lapso).

Ahora bien, después de estos ejemplos llenos de humor hemos de decir que la idea del lapso en el Otro no se la debemos a L’Antenne ni a Le Courtil sino a la propuesta de un colega de TEAdir [10], en el que se nos narra algo que sucede en los espacios intersticiales, con un sujeto que participaba de dos dispositivos de la Associació. V. centraba todos sus esfuerzos en alcanzar la comodidad. Por cuestiones relacionadas a su empeño imposible de la homeostasis, no se encontraba del todo bien ni en un dispositivo que se realizaba durante la mañana en un lugar, ni en el que sucedía durante la tarde en otro edificio. Descubrimos, sin embargo, que la parada en un bar a tomar un refresco durante el trayecto de un lugar a otro se acercaba a lo que él denominaba lo “cómodo”. En dicho bar, hay que decir, los intervinientes de la Associació solían descansar después de su turno. Por ello en una ocasión el acompañante del trayecto de V. y V. se encontraron con un grupo de intervinientes que habían acabado su turno y tomaban una cerveza antes de marchar a casa. V. pidió sentarse entre ellos y pidió un refresco. Después de un rato de tranquilidad, apareció el camarero tomando una segunda comanda. Al volver con el pedido advertimos que el camarero había sustituido la Fanta de V. por una cerveza, lo que produjo en nosotros un efecto humorístico, y al mismo tiempo nos dio un índice de este lapso producido en el Otro social por la vía del trabajo civilizatorio sobre la atmósfera circundante, lo que había apaciguado el insoportable que invadía constantemente a V., y a quien estuviera a su alrededor. Algo únicamente posible en un espacio intersticial que por sí mismo y con el acompañamiento dócil de los intervinientes hacía circular a esa maquinaria que es el deseo como tratamiento del Otro de la opresión y de la angustia.

Lo insoportable entre el Otro y el niño

Lo insoportable es una de las marcas que portan los sujetos cuando les recibimos. La torsión con respecto al relato sobre el sujeto, que podamos hacer a la entrada, tendrá efectos de institución. [11] Encontramos un buen ejemplo en R. Un chico que solía romperlo todo cuando se encontraba con obstáculos a su trabajo de continuidad, que para él era absolutamente necesario y que apuntaba, según lo que pudimos deducir después, a refrenar la invasión alucinatoria de las voces. Ubicar lo insoportable en el “entre”, en el vínculo, implicó a la institución y a sus trabajadores de una manera al menos inventiva.

Durante un dispositivo de verano le recibimos y nos encontramos con un chico injuriante y golpeador. En una ocasión durante un taller de piscina un interviniente le pregunta de manera sorpresiva: “¿¡Quién dice eso!?” Y él responde en un instante de atención: “¡Las voces!”. Con esta pequeña viñeta tratada en reunión de equipo, nos fue posible alojarle, ofreciéndole una alternancia de “partenaires” en la que la función fuese responder a las injurias según el estilo de cada quien, pero teniendo en cuenta la localización de su ejercicio como un modo de tratamiento de la invasión del Otro malvado que le hacía objeto pasivo. Entonces uno de esos intervinientes, acompaña a la injuria “Mecagoenlostiaputa” con una cierta musicalización, en la que el sonido “Mecagoen” es una distorsión de guitarra eléctrica y “pu-ta-pu-ta-pu-ta”, un repiqueteo de batería. Esta operación sobre sus gritos tiene un efecto de detención y de reconocimiento de la agudeza por medio de la carcajada. Allí se inaugura un recorrido en nuestros dispositivos bajo el signo de la música. Sus injurias musicalizadas por los intervinientes, el uso de su ironía, podríamos decir, se convirtió en el modo humorístico que encontramos para introducir ese consuelo al yo roto, ante lo insoportable de la experiencia que Lacan definió en el Seminario 3 como la de “mártir de lo simbólico”, para el psicótico. Ese abrazo del entre varios al síntoma del sujeto, tal vez sea la condición de posibilidad para la creación de una “Witztitución”. Más allá del lugar instituido para el trabajo, la “witztitución” favorece el lazo, sea donde sea que este suceda, y se constituye en una medida tomada contra lo insoportable-invivible.

Nuestra propuesta es entonces, que nuestra “Witztitución” da nombre a toda una vertiente de vínculo a través del humor que apunta a una ganancia de satisfacción producida en el desplazamiento de un afecto que estaba destinado a ser insoportable, la mudanza de ese monto a otro de esos afectos que se manifiestan en el instante de atención del sujeto psicótico o autista, en una media sonrisa del interviniente hasta entonces atribulado, o incluso en un franco estruendo de una serie de carcajadas compartidas, pero también en ocasiones, en un silencio apaciguador.

NOTAS

  1. Freud, Sigmund. El humor (1927). Obras completas, vol 21. Amorrortu, Buenos Aires, 2009, p. 162.
  2. Freud, Sigmund. El chiste y su relación con el inconsciente. Obras completas, vol. 8. Amorrortu, Buenos Aires, 1991.
  3. Stevens, Alexandre. La institución: práctica del acto. L’Atelier, nº 3, 2018, pp. 11-20.
  4. El equivalente en catalán para “witz”.
  5. Zenoni, Alfredo. El tratamiento del Otro. Lazos, nº 1, pp. 115-125.
  6. Conformada originalmente por L’Antenne, Le Courtil y Nonette.
  7. Podéis consultar el número 3 de la revista L’Atelier editada en versión digital que tomó como eje la temática: “¿En qué se autoriza un interviniente? Destitución del especialista en la práctica entre varios”.
  8. Baio, Virginio. Joe, el niño de la cuerdecilla: el trabajo del equipo y de los padres. Lo que nos enseña el niño autista. Desarrollos actuales en la investigación del autismo y la psicosis infantil en el área mediterránea. Sede, Madrid, 2001, pp. 43-54.
  9. III Jornadas del Grupo de Investigación sobre autismo y psicosis y del Taller de estudios sobre práctica entre varios bajo el título: “Un autismo entre varios”. Realizadas en mayo de 2015. Inéditas.
  10. Rouse, Howard. Momentos de homeostasis. L’Atelier 1, Barcelona, 2018, pp. 82-88.
  11. Este es el título de un texto que publiqué y que toma la vía de la creación de la institución a partir de varios momentos fundantes: González, Erick. Torsiones poéticas con efectos de Institución. L’Atelier 1, Barcelona, 2018, pp. 75-81.

LA APUESTA DE PASCAL

María Guardarucci

 

 

 

La acción lacaniana en tiempos de pandemia

He aquí nuestro verdadero estado; es lo que nos hace incapaces de saber ciertamente y de ignorar absolutamente. Bogamos en un vasto medio, siempre inciertos y flotantes, empujados de un extremo a otro. Si damos con un término a que pensamos vincularnos y en que pensamos afianzarnos, titubea y nos abandona; y si lo seguimos, se nos escapa de las manos, se desliza y nos huye con una fuga eterna. Nada se detiene por nosotros. Es el estado que nos es natural, y, sin embargo, el más contrario a nuestra inclinación; ardemos en deseos de encontrar una sede firme y una última base constante para edificar sobre ella una torre que se alce hasta el infinito, pero todos nuestros cimientos se quiebran y la tierra se abre hasta los abismos. [1]
Blaise Pascal, “Desproporción del hombre”, Pensamientos.

El estado de alarma decretado en España a mediados del mes de marzo obligó a poner en suspenso el funcionamiento de los dispositivos de la Associació TEAdir. [2] Se trataba de una serie de talleres, acompañamientos terapéuticos y ocasiones para el encuentro que, orientados por una práctica entre varios, constituían para muchos de los niños y jóvenes que allí participaban parte de sus circuitos habituales, pero fundamentalmente la posibilidad de mantener un encuentro amable y apaciguado con otros.

Barcelona parecía suspendida en la incertidumbre y cada quien confinado al encuentro con su propia soledad. Sin embargo, no pasaron muchos días hasta que espontáneamente algunos de los jóvenes participantes de uno de los espacios que coordinaba junto a una colega, “En (llaç)” [3], comenzaran a establecer un sutil contacto con los miembros del equipo. No era poca cosa, no se trata de cualquier sujeto aquel con el que trabajábamos, eran fundamentalmente jóvenes para quienes sostener una pequeña conversación con otros, cruzar el umbral de los límites de su habitación, consentir a hacer evidente cualquier indicador de su presencia ante el semejante había significado un tremendo esfuerzo. Algunos de ellos habían elegido, incluso, guardar silencio durante años.

La pregunta por cómo alojar estos contactos sutiles se impuso como una constante al interior del equipo. Se trataba de una pregunta que incluía un aspecto ético a propósito de la posibilidad de sostener el acto que hacía ya un tiempo habíamos realizado al ofrecer a estos sujetos un lugar de encuentro en un entorno no hostil. Sin embargo, las condiciones bajo las cuales lo habíamos hecho en su momento estaban imposibilitadas y sólo contábamos ahora con los recursos que nos ofrecía el mundo telemático. ¿Eran los artefactos tecnológicos un medio afín al tratamiento de aquel Otro hostil que llevábamos a cabo en nuestros antiguos encuentros?, ¿qué posibilidades había de que algo de nuestra presencia pudiera tener lugar a través de estos dispositivos?, y de ser así ¿cómo garantizar una presencia discreta, no intrusiva, al introducirnos ahora en los lugares más íntimos de estos sujetos que habían elegido en algún momento el autoconfinamiento como una medida de distanciamiento del Otro?

Se trataba en todo caso de una apuesta y, como nos lo recordaba Lacan a propósito de una las apuestas más estudiadas desde los inicios de la probabilidad, la apuesta de Pascal, desde el momento en que hemos de tomar una decisión ya estamos embarcados en ella. Y lo que es aún más, no sólo ya estamos embarcados sino que la pérdida ya está puesta allí sobre el tapete desde el inicio. Decidimos, escogemos, y desde luego algo perdemos. Hay que apostar, esto no es voluntario, ya que hay que elegir, veamos lo que les interesa menos, tienen dos cosas para perder, nos dice Lacan citando a Pascal. Y añade, “nadie parece haberse dado cuenta de que se trata pura y simplemente de perderlas”. [4]

No en vano Lacan dedicó diversos momentos a lo largo de su enseñanza a analizar La apuesta de Pascal. [5] La disposición del religioso matemático a confrontarse con la pérdida, con el infinito, aún más, con un azar “que refiere esencialmente a la concepción de lo real en tanto que imposible” [6], imposible de interrogar, del que no hay nada esperar, hacen de sus desarrollos sobre la apuesta una buena orientación para la práctica del psicoanálisis. Una apuesta que como Lacan recuerda, es un acto al que muchos se entregan. “Es un acto; no hay apuesta, en efecto, sin algo que implique la decisión”. [7]

Entonces allí nos encontrábamos, en una coyuntura inédita y frente a la cual no teníamos garantía más que la de la exposición a la pérdida. Sólo dos elementos nos orientaban por parte estos sujetos que a esa altura se habían convertido para nosotros en expertos del confinamiento: el sutil contacto establecido y el uso que hacían de una plataforma virtual desde hacía tiempo para mantener un lazo discreto con otros.

Fue entonces que decidimos montar el taller de “En (llaç)” a través de esa plataforma. La propuesta era sencilla, dos veces a la semana estaríamos conectados tres intervinientes del equipo durante dos horas, sin esperar nada, simplemente disponibles. Debo reconocer que el inicio fue duro, incluso un tanto angustiante. Sumergirse en esa plataforma era adentrarse en un mundo totalmente desconocido para el equipo. Con una estética oscura, llena de algoritmos y “boots”, de salas virtuales, y una relación a las dimensiones del tiempo y del espacio completamente alejadas de las que estábamos habituados en nuestros encuentros presenciales, la plataforma volvía a la experiencia lo más cercano a la “deep web” que alguna vez habíamos conocido.

Y sin embargo, allí estaba al menos la mitad de los jóvenes participantes del taller, como peces en el agua, a la hora propuesta. Lo insoportable había quedado de nuestro lado. No nos quedaba más que “embrutecernos”Durante una de sus clases, haciendo referencia a este término de Pascal, Lacan realiza una invitación preciosa a todo aquel que quiera adentrarse en aquello que concierne a una apuesta y que es algo que permitirá dar su verdadero lugar en la estructura a esa pérdida, la pérdida en verdad de una nada que se pone en juego y que para Lacan remite a lo que se designa en el campo del sujeto como objeto causa del deseo, que se señala por no ser nada aparente. [8] Embrutecerse es, dice, bastante claro. Es “exactamente lo que podemos designar como la renuncia a las trampas y a las envolturas, a las vestiduras del narcisismo, la única que justamente no tienen las bestias, a saber, la imagen de sí”. [9] Un despojamiento que deja a cada quien expuesto a su jugada, sin muchas de las representaciones que nos ahorraban el descubrimiento de esa nada.

Solo hicieron falta unos pocos encuentros para que J. comenzara a enviar por la plataforma canciones con el pedido de ser recogidas por algún interviniente en una lista de reproducción que utilizaríamos en nuestra próxima salida de colonias en la Asociación, y que constituía cada año para J. una especie de punto de fuga indispensable para su organización temporal. Poco después descubrimos que A. había estado allí conectada durante varias sesiones en modo “oculto” hasta que un interviniente ávido propuso mirar a cada quien en su ordenador una serie, justamente aquella que era condición compartir durante los encuentros presenciales para que nuestra mirada no se posara directamente en ella. Y allí le descubrimos, recordándonos por cuál capítulo íbamos y actualizándonos con su saber enciclopédico las últimas novedades de la historia. P., que luego de un largo recorrido por la Asociación estrenaba su función de pre-monitor, estaba allí siempre atento a orientarnos con su conocimiento tecnológico frente a la torpeza de los integrantes del equipo en este campo.

Sin embargo, he de decir que no todos los jóvenes pudieron participar en el taller bajo esta modalidad. Dos condiciones parecían hacerse presentes para esto último, en primer lugar el haber consentido en algún momento previo a integrar nuestra presencia en sus circuitos o funcionamientos sintomáticos, antes solitarios; en segundo lugar que el modo en que para ese joven en particular estaba constituida dicha presencia pudiera soportar los límites o modificaciones que el soporte virtual imponía.

¿Podremos decir que la propuesta también fue acogida de diversos modos por los intervinientes del equipo? Seguramente, y es lo que nos recuerda Lacan acerca de la estructura misma de la apuesta como algo afín también a la estructura del sujeto [10], en tanto que el campo en relación al cual se instaura la reivindicación del objeto del deseo es el campo del Otro dividido en relación al ser mismo, es decir S(Ⱥ). El acto que comporta la apuesta remite a cada quien a su propia causa, tan singular como el sujeto que allí la sostiene, aún tratándose de la práctica que sostiene un sujeto entre varios.

Y allí estábamos, sin embargo, embarcados.

NOTAS

  1. Pascal, Blaise. 1940. [En línea]. Desproporción del hombre. Pensamientos. Espasa-Calpe S.A., Barcelona, Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/….
  2. La Associació TEAdir es una asociación de padres, madres y familiares de personas con dificultades en el vínculo con los demás con sede en la Comunidad de Catalunya, que ofrece diversos dispositivos orientados por la práctica del psicoanálisis lacaniano.
  3. En castellano su nombre significa “enlace” y contiene al interior del paréntesis el significante “lazo”.
  4. Lacan, Jacques. Clase del 2 de Febrero de 1966. El Seminario, libro 13, El objeto del psicoanalisis. Inédito.
  5. Las referencias a La apuesta de Pascal presentes en los Seminarios 10, 12, 13 y 16 de Jacques Lacan así como también durante su “Discurso de Roma” son una clara evidencia de ello.
  6. Ibíd.
  7. Ibíd.
  8. Lacan, Jacques. Clase del 9 de Febrero de 1966. El Seminario, libro 13, El objeto del psicoanalisis. Inédito.
  9. Lacan, Jacques. Clase del 2 de Febrero de 1966, op.cit.
  10. Ibíd.

 

 

 

 

 

 

DOSSIER

 

 

 

 

 

 


MARGUERITE DURAS: INFANCIA Y BIOGRAFEMA

Ángel Sanabria Terán

 

 

 

“No sé realmente qué impulsa a la gente a escribir, salvo, quizás, la soledad de una infancia”
M. Duras

Es un lugar común decir que la vida de Marguerite Duras está –como pocas– estrechamente ligada a la escritura. Pero hay que decirlo. Digamos entonces: lo vivo de Marguerite Duras está estrechamente ligado a su escritura –dándole a este “su” el doble valor de ser ella tanto la autora como la criatura de esa escritura. Consigue así contornear el agujero de lo infans –lo aún sin voz– y hacer del estrago corpus amoroso, biografema. [1]

Biografema

De su escritura, Duras es la autora al tiempo que la criatura porque al hacer con su obra una vida de escrita (vida de escritura) –por decirlo al modo de Ana Lúcia Lutterback–, alcanza con su estilo una escrita vida (escritura viva): “sustancia de la escritura en que la escritura tiene cuerpo”.[2]

Allí donde La historia de su vida no existe –son sus palabras–, Marguerite Duras crea un corpus que tiende al biografema (Barthes). No la biografía novelada o la ficción autobiográfica, falso dilema que desconcierta a la crítica, sino un memorial del duelo y del deseo que es su vida, múltiplemente declinado en sus libros, filmes, obras de teatro y entrevistas.

–Recordamos aquí al inefable Barthes: “El corpus: ¡es una hermosa idea! A condición de que se admita leer en el corpus el cuerpo: ya sea que en el conjunto de textos retenidos para el estudio (y que forman el corpus) se busque, no sólo la estructura, sino las figuras de la enunciación; ya sea que se tenga con este conjunto algún nexo amoroso, sin el cual el corpus no es más que un imaginario científico”–. [3]

Y ese corpus textual y vital, suerte de “autobiografema”, escribe el nombre singular –sinthomático– de Marguerite Duras: “soy una escritora; no vale la pena decir nada más”. [4]

Una escritura de lo infans

“La historia de mi vida no existe” –nos gritan las primeras páginas de El amante–, no existe un centro, una línea, un camino conductor. No es que se esté allí sin esa “carretera principal” de la que habla Lacan en su Seminario sobre las psicosis.[5] Pero el relato de esa vida sigue rutas contingentes y excéntricas, y su obra forma rizomas cuyos reenvíos y reescrituras no alcanzan nunca una totalización. ¿Acaso no es así la vida misma, no-toda?

La obra de Marguerite Duras enseña sobre el abismo entre vida y memoria –entre goce y saber– tanto como sobre lo que se escribe de lo infans:

«Siempre resulta extraña la forma en que se organiza la memoria de la vida. Para mí ocurrió así, es decir, veo mi niñez, estoy en mi niñez, con la brutalidad que la caracterizó, y era terrible. Y luego salto quince años después, veinte años después matan de una vez a siete millones de judíos. Para mí es como un relato personal. Creo que, quizás, en eso consista escribir». [6]

Una entrevista de televisión. Marguerite Duras habla de su vida y de su obra: “Ese es el misterio de mi vida: por qué ese período relativamente corto de los seis a los dieciséis años es tan fecundo”. Al hablar de El amante, es la mirada lo que se recorta. El amante, dice, era un álbum de fotografías, el comentario de las fotos de su infancia. Una foto en familia. Marguerite recorre los detalles del “decorado de su infancia” y se detiene en el rostro de la madre. Los rasgos tirantes, cierto desorden en su peinado, cierta mirada somnolienta en donde puede leerse su gran desaliento frente a la vida, una desesperación “tan pura que ni la felicidad más viva lograba distraerla por completo”. A su alrededor, los hijos vestidos “como desdichados” delatan ese estado en el que se hundía la madre, al punto de no vestirlos o incluso alimentarlos. [7]

En las novelas del llamado “ciclo familiar” (Un dique contra el Pacífico, El amante y El amante de la China del norte) Duras salda cuentas con los horrores de su infancia y efectúa una “redención literaria” de su familia: “todos son finalmente inocentes”. La maldad del hermano, el desánimo y la locura de la madre –la voz estragante y mortificante, pero también la voz dulce de la madre que les narraba (¡la narración!) antes de dormir. El padre ausente, único hombre amado por la madre, de quien pocas veces se habla en sus novelas –“quizás porque sin saberlo es a él a quien seguí escribiéndole […] “perdía y volvía a encontrar a los hombres como si hubieran sido mi padre”. [8]

El “esp de un libr

La soledad de la escritura, nos dice Duras, es estar en medio del agujero de una absoluta soledad ante el libro que reclama ser escrito: “Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar”. Una escritura de la que no se tiene la menor idea, frente a la cual la propia persona que escribe se encuentra con las manos vacías y “sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.” [9]

El estilo durasiano es materialmente una escritura de ese agujero, inscrita en la filigrana misma del texto: “Ante todo son palabras por otra parte sin artículos, que llegan y se imponen. Sigue el tiempo gramatical, bastante después”. Blancos en la cadena gramatical que simplemente se imponen y que aparecen “bajo el impacto de un rechazo violento de la sintaxis”, como estigmas dolorosos de la incursión en zonas inexploradas: “Ese blanco de la cadena […] tal vez sea eso lo que causa dolor”. Duras no duda en remitir estos “blancos” a lo femenino: “Es ese blanco en la cadena del que usted hablaba… Lo femenino, si usted prefiere”. [10]

La escritura para Duras es el lugar del extravío y a la vez su única certeza. Un espacio al cual entra en un estado de abandono de sí misma –“dejarse hacer, abandonarse, dejar que el libro sople su propio viento” (ibid). Algo así como el esp de un libr, [11] el espacio de un libro en donde ya no hay nadie y en el cual la práctica de la letra toca algo del inconsciente real:

«Cuando escribo me encuentro, generalmente, en un estado difícil de describir, nada claro. […] Creo que sólo se escribe verdaderamente cuando uno cree no estar escribiendo, cuando ya no se es dueño de lo que se hace. […] En ese momento llega la desesperación, incluso la abdicación misma: se diría que la escritura llega sola». [12]

La salvación por la escritura

De esa escritura en el límite, entre acontecimiento de cuerpo y palabra, Duras obtiene un recorte del objeto pulsional que le permite inscribir una pérdida y alzar un dique frente al estrago y la muerte. Se trata de una “salvación por la escritura”, es una cuestión de vida o muerte: la escritura o el alcoholismo. Sortear por un lado la soledad alcohólica y por otro la soledad de la escritura como dos modos de vérselas con el agujero. El alcohol, taponándolo con la ilusión fálica del sentido pleno al precio de un empuje feroz al goce mortífero. La literatura, escribiendo materialmente el agujero sin taponarlo.

***

Se escribe sobre el cuerpo muerto del mundo y sobre el cuerpo muerto del amor, nos dice Duras. La escritura se nutre de la ausencia, pero no para reemplazar lo vivido sino para depositar ahí el vacío que ha dejado:

«Un suceso no puede ocurrir dos veces, una vez en la realidad y una vez en un libro, pero tiene que haber ocurrido para que el libro pueda narrarlo. Y el mismo suceso se destruye, si me lo permite, en el libro, porque nunca es el que ha tenido lugar. Sí, el libro realiza este milagro». [13]

La escritura entonces es apenas “una reverberación del estado que precede a la expresión, antes de traicionarla”. [14] Y por eso la escritura, si porta algo del abismo, es siempre fallida con respecto a ese caos primitivo, total e ilegible que la precede. Pero que justo por fallida se abre al espacio posible del libro por venir. Es decir, al deseo.

NOTAS

  1. Sobre el uso del término “biografema”, ver: Lutterbach Holck, Ana Lúcia. “Relato”. Documento en línea. Disponible en: https://www.wapol.org/es/…
  2. Lutterbach Holck, Ana Lúcia. “Relato”. Op. cit.
  3. Barthes, Roland. Roland Barthes por Roland Barthes, Monte Ávila Editores, Caracas, 1997. Disponible en línea en: “ROLAND BARTHES – Roland Barthes por Roland Barthes (2/2)”, http://estafeta-gabrielpulecio…
  4. Duras, Marguerite. Escribir. Fábula Tusquets Editores, Buenos Aires, 2006, p. 17.
  5. Lacan, Jacques, El Seminario. Libro 3, “Las psicosis”, (Clase 23). Paidós, Buenos Aires, 2009.
  6. “Biografía Marguerite Duras”, video en YouTube. Disponible en: https://www.youtube.com/…
  7. Ídem.
  8. Duras, Marguerite. La pasión suspendida. Citada en: Nieves Soria. “Marguerite Duras, una escritura del dolor”. Documento en línea. Disponible en: https://www.aacademica.org/…
  9. Duras, Marguerite. Escribir. Op. cit., p. 22.
  10. Duras, Marguerite. Las conversadoras. Entrevistas con Xaviêre Gauthier. El cuenco de plata, Buenos Aires, 2005, pp. 16-17.
  11. Cfr., el esp de un laps de Lacan: “o sea, el espacio de un lapsus [que] ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación) […] Pero basta con que se le preste atención para que uno salga de él”. Lacan, Jacques: “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”. Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 599.
  12. Armel, Aliette. “’He vivido la realidad como un mito’. Entrevista Marguerite Duras”, Revista de la Universidad de México, 478, Artículo en línea. Disponible en: https://www.revistadelauniversidad.mx/….
  13. Dumayet, Pierre. “Marguerite Duras, leer y escribir. Una entrevista de Pierre Dumayet”. Documento en línea. Disponible en: http://tijeretazos.org/….
  14. Armel, Aliette. “’He vivido la realidad como un mito’. Entrevista Marguerite Duras”. Op. cit.

LA MITAD DEL POLLO

Jean Macé

 

 

 

El relato que publicamos a continuación fue comentado por Lacan en el seminario 17. [1] Representa una de las primeras lecturas de su infancia y lo acompañará, incluso, en el recorrido que hará sobre la letra en su clase de Lituratierra en el Seminario 18 . [2]

La referencia a La Mitad de Pollo aparece para dar cuenta de la deriva de la verdad y su carácter inasible. Lamentablemente, no podemos mostrar la ilustración descrita por Lacan, en el marco del seminario cuando dice:

(…) “La imagen del medio pollo estaba de perfil, por el lado bueno. El otro no se veía, el corte, donde probablemente estaba la verdad, ya que en la página de la derecha se veía la mitad sin corazón, pero sin duda no sin entrañas, en los dos sentidos de la palabra. [3] ¿Qué significa esto? Que la verdad está escondida, pero tal vez no está ausente”.

Lo destacado por Lacan de la ilustración, es la ausencia de representación de la parte faltante. Por otro lado, cuando Lacan lo menciona en LituratierraLa Mitad de Pollo pasa a caracterizar el corte mismo que separa saber y goce.

NOTAS

  1. Lacan, Jacques. Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós. Buenos Aires, 1992, p. 58
  2. Lacan, Jacques. Seminario 18, De un discurso que no fuera de semblante, Paidós, 2006, p.112
  3. Foi, “hígado” es homofónico de foi, “fe”. Lacan juega con la expresión Sans cœur ets sans foi, “Sin corazón y sin fe”.

La Mitad de Pollo [1]

Esta es una historia que se contaba antaño en el país de Montbéliard. Es un cuento de viejas; pero divertía mucho a los niños.

Érase una vez una Mitad de Pollo que, de tanto trabajar y ahorrar, logró reunir cien escudos. El Rey, que siempre necesitaba más dinero, apenas se enteró fue a pedírselos prestados, y la Mitad de Gallina estaba en los comienzos muy orgullosa de haberle prestado dinero al Rey. Pero llegó un año malo, y quería recobrar su dinero. Por más que escribía carta tras carta tanto al Rey como a sus ministros, nadie le contestaba. Al final, tomó la resolución de ir ella misma a buscar sus cien escudos, y se puso en marcha rumbo al palacio del Rey.

Se encontró en camino con un zorro.

— ¿Adónde vas, Mitad de Pollo?

— Voy a donde el Rey. Cien escudos me debe.

— Llévame contigo.

— No voy a andar con melindres. Métete en mi pescuezo, allí te llevaré.

El zorro se metió en su pescuezo, y ella siguió, muy alegre por haber dado un gusto al zorro.

Un poco más adelante, se encontró con un lobo.

— ¿Adónde vas, Mitad de Pollo?

— Voy a donde el Rey. Cien escudos me debe.

— Llévame contigo.

— Será un placer. Métete en mi pescuezo, allí te llevaré.

El lobo se metió en su pescuezo y ella siguió adelante una vez más. Era un poco pesado; pero la idea de que el lobo estaba feliz de viajar le daba valor.

Cuando se acercaba al palacio, encontró en su camino a un río.

— ¿Adónde vas, Mitad de Pollo?

— Voy a donde el Rey. Cien escudos me debe.

— Llévame contigo.

— Muchas cargas llevo. Si cabes en mi pescuezo, allí te llevaré.

El río se volvió chiquitico, y se coló en su pescuezo.

Al pobre animalito le costaba mucho caminar; llegó empero a la puerta del palacio.

Toc ! toc ! toc !

El portero pasó la cabeza por el recuadro de vidrio de la puerta.

— ¿Adónde vas, Mitad de Pollo?

— Voy a donde el Rey. Cien escudos me debe.

El portero se apiadó del animalito, que lucía muy inocente.

— Anda vete, maja. Al Rey no le gusta que lo molesten. Mal le va a quién se mete con él.

— Abra de todas maneras; le hablaré. Tiene mis reales; me conoce bien.

Cuando vinieron a decir al Rey que Mitad de Pollo pedía hablar con él, el Rey se encontraba sentado a la mesa haciendo una comilona con sus cortesanos. Echó a reír, porque bien se imaginaba de qué se trataba.

— Abran a mi querida amiga, respondió, y que la metan en el gallinero.

Abrieron la puerta y la querida amiga del Rey entró muy serena, convencida de que le iban a dar su dinero. Pero en vez de hacerla subir por la gran escalera, hete aquí que la llevan a un pequeño patio apartado; levantan un cerrojo; la empujan, y ¡crac! mi Mitad de Pollo queda encerrada en el gallinero.

El gallo, que picoteaba una mondadura, la miró por encima del hombro sin decir nada. Pero las gallinas se pusieron a perseguirla y a darla picotazos. No hay animal más malo que las gallinas cuando llega gente ajena indefensa.

Mitad de Pollo, que era niña apacible y bien puesta, acostumbrada en su casa a nunca tener querellas, se espantó mucho en medio de tantas enemigas. Corrió a acurrucarse en un rincón, y gritó con todas sus fuerzas:

— Zorro, zorro, sal de mi pescuezo, o soy pollito muerto.

El zorro salió de su pescuezo, y se comió a mordiscos a todas las gallinas.

La sirvienta que daba de comer a las gallinas no encontró sino las plumas al llegar. Corrió llorando a avisarle al Rey, el cual se puso furibundo.

— ¡Enciérrenme a esa desquiciada en el redil con las ovejas! dijo el Rey.

Y para consolarse mandó a pedir otras botellas.

Una vez en el redil, Mitad de Pollo quedó en mayor peligro aun que en el gallinero. Las ovejas estaban una encima de otra, y amenazaban a cada instante con aplastarla con los pies. Logró por fin guarecerse detrás de un pilar, pero cuando un grueso carnero fue a acostarse ahí, casi se ahoga en su vellón.

— ¡Lobo! —gritó— ¡lobo, sal de mi pescuezo, o soy pollito muerto!

El lobo salió de su pescuezo y en un santiamén degolló a todas las ovejas.

La furia del Rey no tuvo ya límites cuando se enteró de lo recién ocurrido. Tumbó los vasos y las botellas, hizo prender un gran fuego, y mandó a buscar una vara en la cocina.

— ¡Ah, qué canalla! exclamó, la voy a asar para enseñarle a hacer masacres en casa mía.

Pusieron frente al fuego a Mitad de Pollo, que temblaba toda de miedo; y el Rey la agarró con una mano con la vara en la otra, cuando Mitad de Pollo se apuró en murmurar:

— Rio, rio, sal de mi pescuezo, o soy pollito muerto.

El rio salió de su pescuezo, apagó el fuego, y ahogó al Rey con todos sus cortesanos.

La Mitad de Pollo, adueñada del palacio, buscó en vano sus cien escudos: los habían gastado y de ellos no quedaba ni huella. Pero como ya no había nadie sobre el trono, se encaramó encima en el puesto del Rey, y el pueblo saludó su advenimiento con grandes gritos de alegría. Estaban encantados de tener una Reina que sabía ahorrar tan bien.

Esta historia, acaso algo extraordinaria, tiene su moraleja, la cual busqué antes de hacerle el honor de contársela a ustedes. Salta a la vista que no conviene prestar dinero a manirrotas. Pero esa no es. La verdadera moraleja es que conviene ser complaciente con la gente. A veces parecerás absurdo, pero siempre acabas siendo recompensado.

Jean Macé, Contes du petit château(Cuentos del castillito), Hetzel, 1862.
Traducción de Juan Luis Delmont con la colaboración de Brenda Bellorín.

NOTAS

  1. En las muchas versiones en español de este cuento, Mitad de Pollo se llama Medio Pollito, pero conservamos Mitad de Pollo por el cambio de género que induce. Y si en las versiones publicadas, como la que leía el niño Lacan en francés, los amigos del medio pollo se le meten en el pescuezo o en el piquito, en las versiones que cuentan las viejas, los amigos se le meten en el culito —para gran alborozo de los niños, y de seguro para goce del otro Lacan también—.

AUSENCIA

Martha Carolina Forero

 

 

 

La invitación a la escritura de este texto sobre lo insoportable de la infancia llega en medio de la cuarentena, ante de los indicios de la cancelación de la Jornadas de la NEL. Al poco tiempo se toma la decisión, el encuentro tan anhelado no será posible. Es partir de ello que resuena la orientación: dar lugar a la pérdida convoca a saber hacer con lo real en juego.

En ese contexto la contingencia abre frecuentemente en los medios de comunicación una interrogante dirigida a “los expertos Psi”: ¿Qué consecuencias tendrá para los niños el distanciamiento social que impone la pandemia? un niño pregunta por familiares y amigos ausentes, por clases virtuales, por los jardines vacíos, por los abrazos imposibles.

¿La Pandemia reeditará lo traumático que nos constituye? No para todos, no de la misma manera. Lo traumático en psicoanálisis no es pensado como un evento masivo con secuelas equivalentes. Escuchamos tiempos lógicos diversos, defensas y retorno de síntomas que implica para los analistas un mayor esfuerzo de estar a la altura de este choque, siempre inédito, con un real que conmueve lo más singular del parlêtre.

La Covid-19 surge en una época muy particular nombrada de forma precisa en el título del Seminario de Miller y Laurent, “El Otro que no existe y sus comités de ética”, hoy más que nunca el Otro se muestra incapaz de dictar la ley, de asignar sentido y de guiarnos a todos juntos a librar esta batalla como Churchill a los ingleses.

La visión a largo alcance de Lacan, en torno a las consecuencias de que el discurso de la ciencia tomara el puesto de mando, es hoy más que nunca una brújula, no sólo en cuanto a la clínica orientada por lo real, sino frente a la postura subversiva que el psicoanálisis de orientación lacaniana tiene frente a la tiranía de la biopolítica.

El trauma y la marca

¿De qué manera el Infants contemporáneo inventará su propio juego del For-Da?

En los trabajos recientes sobre los usos del sueño recordamos una pequeña viñeta de Lacan del Seminario XI:

Yo también he visto con mis propios ojos, abiertos por la adivinación materna, al niño, traumatizado de que me fuera a pesar del llamado que precozmente había esbozado con la voz, y que después volvió a repetir durante meses enteros; yo lo vi, aun mucho tiempo después, cuando lo tomaba en brazos, apoyar su cabeza en mi hombro para hundirse en el sueño, que era lo único que podía volverle a dar acceso al significante viviente que yo era desde la fecha del trauma. [1]

Si para Freud el síntoma traumático del neurótico es un segundo tiempo de un trauma original, donde la repetición estaría constituida por un intento de “atrapar la efracción con las cadenas significantes (…) produciendo un saber inconsciente que podría ser hablado y por ende interpretado” [2], para Lacan en el seminario XI, “el trauma es un encuentro inasimilable”. [3]

Para este momento Lacan investiga lo que del concepto freudiano de repetición escapa de lo descifrable, diferenciándolo del automaton y a partir de la Tyche esbozara lo real como instancia:

La función de la Tyche, desde lo real como encuentro – el encuentro en tanto que puede ser fallido, en tanto que es, esencialmente, el encuentro fallido- se presentó primero en la historia del psicoanálisis bajo una forma que ya basta por si sola para despertar la atención- la del trauma. [4]

Algunos años más tarde, en el Seminario XIV Lacan plateará la relación entre la marca, el cuerpo y el Otro:

[…] nuestra presencia del cuerpo animal es el primer lugar donde meter inscripciones, el primer significante” (…) “el cuerpo está hecho para inscribir algo que llamamos la marca. (…) el cuerpo está hecho para ser marcado (…) y el comienzo del primer gesto de amor, es siempre más o menos esbozar este gesto. [5]

Abordar las consecuencias de lo traumático sólo es posible en el aprés coup’ de dicho encuentro que en palabras de Dalila Arpin, es “único para cada uno” y constituye “el origen de la singularidad del sujeto, [dicho de otra forma], Las marcas de lo traumático son constitutivas del sujeto”. [6]

En su conferencia Habeas Corpus, Miller, precisa:

La palabra pasa por el cuerpo y, de retorno, afecta al cuerpo que es su emisor” (…) “lo afecta en forma de resonancias y ecos (…) que son lo real – el mismo real de lo que Freud llamó “inconsciente y pulsión” (…), “en tanto que ambos tienen un origen común que es el efecto de la palabra en el cuerpo, los afectos somáticos de la lengua, de lalengua. [8]

Miller allí nos permite comprender ese pasaje del lenguaje a la lalengua y sus consecuencias, en donde el primero estaría implicado en el primer tiempo del “inconsciente estructurado como un lenguaje, que indica que para todo lenguaje la estructura es la misma – (…) mientras que por el contrario la lengua es siempre particular, no hay un universal de las lenguas.” [9]

A partir de allí ¿qué esperar de lo que surja de esta época? Recogiendo algunas de las palabras de Marie Hélène Brousse, la lalengua está construida a partir del discurso del Amo, de las palabras oídas que funcionan como marca que son fundamentales en la constitución del inconsciente, sin embargo de la lalengua “no se puede hablar con nadie, ni con uno mismo”, el parlêtre entonces esta exiliado en el discurso, en tanto que marcado por las palabras que se congelaron en una lalengua que no se habla. [10]

En esta medida los analistas estamos atentos a las transformaciones del discurso del amo hoy, pero al tanto de que la pandemia y sus significantes impactan al de forma singular, aún si pretenden ser abordadas desde protocolos de salud mental que se quedan en la cifra y en la aplicación estandarizada de explicaciones de orden psiconeurológico. Desde esa lectura hoy todos estamos ansiosos por que tenemos una amígdala.

El psicoanálisis va a contrapelo del discurso del amo y de la concepción de cuerpo como organismo, con su acto agujerea ese saber que se pretende imponer desde el para todos, para abrir una posibilidad de subversión que permita una elección para cada uno, incluso frente a esa la forma “políticamente correcta” de morir que hoy se impone en algunos lugares del mundo.

Bajo esta perspectiva de lo singular, si bien para algunos esta época pudiera quedar inscrita como ausencia radical del Otro, para otros como lo advirtió Laurent “el chat, el correo, los juegos on line, Facebook, WhatsApp e Instagram son el lenguaje de la demasiada-presencia del Otro de la civilización Una y numérica”. [11] Sera entonces necesario diferenciar los anudamientos y arreglos singulares que un parlêtre hace de su troumatisme, de los efectos que este momento histórico generara de aquí en adelante en las formas de lazo social y lo que de ello se decante en la relación transferencial.

Volviendo a pensar en el juego del For –Da, Miller señala que Lacan en su última enseñanza plantea que en el juego del For-Da se produce un efecto de sentido que le permite al niño efectuar una producción de goce “esto muestra al niño accediendo a su parlêtre de naturaleza”. [12]

En el juego como acto creativo, así como en el sueño que recupera el significante viviente, en las preguntas que formula, un parlêtre – independientemente de su edad cronológica- muestra su marca a un analista, que orientado por lo real la hace suficientemente legible, como para que se abra una ruta que le permita bordear el agujero de lo traumático, reeditándolo, aligerando su peso, haciéndolo soportable.

Sobre los efectos de esta pandemia quizás hoy es aún temprano para comprender. Pero el psicoanálisis no retrocede.

NOTAS

  1. Jacques, Lacan. Tyche y Automaton. Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 71.
  2. Arpin, Dalila. El trauma, el nombre y el agujero. Freudiana 83, Barcelona, 2018, p.57.
  3. Ibíd., p. 57.
  4. Jacques, Lacan, op.cit. p.69.
  5. Jacques, Lacan. Clase del 10 de mayo de 1967. Seminario 14. La Lógica del fantasma. Versión On line: http://www.bibliopsi.org.
  6. Op.cit. p.57.
  7. Miller, Jacques-Alain. El estatus del trauma. Causa y Consentimiento.Paidós, Buenos Aires, 2019, p. 133.
  8. Miller, Jacques-Alain. Habeas Corpus. Conferencia dictada en el X Congreso de la AMP. Río de Janeiro. 2016. En: http://ampblog2006.blogspot.com/….
  9. Ibíd.
  10. Brousse, Marie-Hélène. Conferencia El Exilio de las Lenguas. 2020.
  11. “Gozar de internet”, entrevista a Éric Laurent, 2017. Versión en línea.
  12. Miller, Op. Cit.

DE LO INSOPORTABLE DE LA INFANCIA A UN DESEO DE VIVIR

Raquel Cors

 

 

 

“Lo insoportable de la infancia”, título que propuse para nuestras XI Jornadas de la NEL –que estaba previsto se efectuarían en Bogotá este próximo mes de octubre–, no serán posibles debido a la pandemia del Covid-19. Cuando lo imposible, es decir lo que no cesa de no escribirse, arremete abruptamente, puede ser leído de maneras distintas: decepción, desencanto, desilusión. Pero, también puede ser una ocasión para saber arreglárselas con lo que no-hay, no hay relación sexual. Así que aquí estamos nuevamente ante la no-proporción, que para el psicoanálisis es toda una experiencia.

Lo insoportable entonces puede ser la ocasión para sumergirnos en lo que para cada uno hace marca de goce. Esa marca que –ante lo que no hay– itera en el goce que hay.

I. Jornadas inexistentes

Las XI Jornadas de la NEL, por un lado, no pudieron ser posibles respecto a la presencia de los cuerpos; pero por otro lado sí hubo algo posible, como señala Miller Comentario del Seminario inexistente [1] a propósito de lo que un título denuncia en la modalidad de lo imposible y es tan evidente como la carta robada. Lo cierto es que el título, el nombre de estas Jornadas inexistentes de la NEL son una referencia vacía, fecunda, que implica consecuencias en nuestra práctica.

De hecho, lo que se constata en las actividades que aún se mantienen –luego de su cancelación–, es un deseo que nos enlaza a seguir leyendo una marca.

Recuerdo que cuando me vino a la cabeza este título, no vacilé y así lo propuse a las instancias de la AMP y de la NEL. Mis colegas más cercanos con quienes trabajamos en las distintas Comisiones hasta el último momento, lo hicimos entusiastas por las preguntas que se nos iban abriendo en el camino.

¿Por qué consentimos a un título que articula: lo insoportable al infans? Si lo insoportable es del orden de lo real y el infans es sin voz. Ni siquiera contábamos con un artículo “el” o “la”, sino “lo”, que como sabemos nunca acompaña ningún nombre, porque los sustantivos en nuestra lengua son o bien de género masculino o bien de género femenino. Además, es interesante que infans –sin voz evoca al silencio de la pulsión, que en tanto tal trabaja en modo silencioso, a diferencia del infans que no habla. Es decir que de plano estábamos proponiendo a los miembros y asociados, escuchar las resonancias en la mudez de la pulsión de muerte que el psicoanálisis se encarga de leer en la dignidad de los modos que cada uno la vive.

Un título que osa articular lo que –como el agua y el aceite– no se juntan, es de entrada, una apuesta sin fronteras, es decir, un desafío a volver a los conceptos prínceps por la vía del litoral.

II. Pluralidad de singulares modos de goce

En efecto, planteado así: no-hay-relación puntual y armónica entre lo insoportable y el infans; pero sí hay una pluralidad de posibles respuestas, modos de goce singulares a lo que siempre vuelve al mismo lugar, y que unas Jornadas, pero también la marca de su cancelación sabrá que el saber que nos compete a los analistas no se trata de un saber depositado en hojas muertas.

Por fortuna, siempre hay causa –causa analítica–, para elaborar de alguna manera posible lo agalmático de este tema, ya sea por la vía epistémica, ya sea por la vía clínica ya sea por la vía política, o quizá las tres juntas con un sinthome que anude esta trenza.

Una elaboración preciosa por la que habíamos comenzado “acercándonos”, como se llama una de las secciones del blog, disponible en la web [2], que incluye el Argumento, los Textos de orientación, las Entrevistas, la Bibliografía, el Boletín Infans, etc. No es más que una aproximación que indaga las marcas de la neurosis infantil, que más allá de la idea cronológica e integral respecto a la niñez, la clínica de la infancia toca, causa, interroga, perturba, algo de lo insoportable en: el viejo, el joven, el adolescente, el niño, la mujer, y por qué no: en el psicoanalista.

III. Una práctica que escucha lo que no se entiende

Como es sabido, Freud en sus “Tres ensayos de la teoría sexual”, [3] propuso que “para todo” niño hay una ley universal y es la existencia de una pulsión sexual, ante esto se inscribe la singularidad de lo real pulsional en cada uno, es lo que se escucha, uno por uno, en el análisis. Se escucha a cada infans (sin voz).

Escuchar eso que lalangue ha marcado en el cuerpo-hablante es una práctica a la que nos autorizamos en tanto analistas. Autorizarse a escuchar, no siempre es simple, ni fácil, ni liviano, porque se escucha algo que no siempre se entiende; se escucha eso-que-se-goza.

El psicoanalista practicante se ofrece, sirve de caja de resonancia para que en la dirección de la cura se ocupe un deseo, un deseo del analista que no ejerce profesión, ni presión en querer gobernar, por ejemplo, con su Saber –que, por supuesto sirve, porque algo hay que saber de los textos que estudiamos –. Sin embargo, hay que saber que, el deseo del analista si bien confluye con los discursos que ocupa, no compite. Una competencia así (a – a`) no nos compete, ya que llevaría a una guerra entre el nosotros y el ellos, y esas identificaciones no sirven para nada, así como el goce, no sirve para nada, ya lo dijo Lacan en 1972.

IV. Vivir el eco de la pulsión

Volviendo a lo que se vive en este año 2020, Lo insoportable de la infancia nos enseña que el ángulo de la pulsión de muerte, tampoco sirve, a menos que se la ¡viva! Pero ese es otro asunto, del que los AE transmiten en sus enseñanzas del Pase, enseñanzas que testimonian eso que: no se enseña hablando sobre qué debería ser o no ser el psicoanálisis, sino algo que, les aseguro: simplemente resuena.

Y resuena en la vida, en la Escuela, en la práctica, en cada análisis, donde se escucha el singular eco de un decir. Ese eco en el cuerpo de que hay un decir.

Podríamos decir, que el impacto que se escucha en cada infans, es un asunto de cómo cada quien vive su pulsión.

V. Restos de infans

Cada infans conmemora aquél goce primero y por ende inolvidable. Lo conmemora para seguir y seguir repitiendo sin cesar ese encuentro fallido, siempre fallido de simbolizar. Quizá por eso algo de la infancia no se termina de soltar, por más que el cuerpo envejezca, siempre resta algo del agujero que es el trauma. Por eso un análisis llevado hasta las últimas consecuencias, desde sus inicios –porque en el principio está escrito algo del final–, se ocupa por lo que ex – siste fuera del sentido del cuerpo-hablante.

Quien haya sido atravesado por un análisis, habiendo consentido a tocar la brizna de su insoportable fibra, esa hebra del hilo de su caso, sabrá que de este vacío fecundo finalmente nos ocupamos en un discurso al que servimos.

VI. Alojar al sujeto niño

Consentir a escuchar: niños soldados, niños drogados, niños medicalizados, mercantilizados, niños emigrantes, inmigrantes, en fin… absolutamente desamparados del deseo del Otro y de las palabras que lo introducen en su campo, es un desafío para las emociones y los afectos del psicoanalista.

Quizá, el discurso al que servimos, simplemente despojados, sea un lugar para alojar algo del amor, el deseo y el goce, que –desde el psicoanálisis, pero no sin su lazo con los otros discursos– pueda tocar lo que insiste en el adulto, cuando no soporta lo real, lo realmente insoportable.

VII. deseo de vivir en un infans

El programa de cada uno, es una respuesta para lo insoportable de la inexistencia del Otro, siempre singular como singular es el trauma. Ese real, ese insoportable que en cada uno acontece en la infancia y que, en su segundo tiempo del trauma, da su valor traumático a esa hebra trazada en aquél primer momento.

Eso que se escribe y es posible releer en un análisis, simplifica esas marcas que permanecieron ahí sin-saber. En mi caso, nunca había leído esta escritura como fue en el momento conclusivo del final de mi análisis. Si bien había hablado –no más de un par de veces en casi 25 años–, sobre las coordenadas de mi nacimiento. Fue en el último tramo de mi análisis, en la última semana, durante unos nevados días entre Roma y Paris, que la contingencia de una fecha de un año no bisiesto, aconteció en un deseo de vivir del infans, deseo que se escribió en un 27-28-Uno que las marcas de goce del infans resonaron vivamente en esta novedad de vivir la pulsión.

Esta vuelta, un título nos ha traído hasta aquí para perseverar en un deseo. Que haya un título “Lo insoportable de la infancia”, permite decir que no-hay XI Jornadas correspondientes a este nombre. Una referencia fecundamente vacía para seguir quizá de la mano de mi sinthome: con “lo que queda por hacer”.

NOTAS

  1. Miller., Jacques-Alain. Comentario del seminario inexistente, Conferencias Porteñas, Tomo 2. Paidós, Buenos Aires, 2009, p.73.
  2. Link de las XI Jornadas NEL, “Lo insoportable de la infancia”. http://www.jornadasnel2020.com.
  3. Freud, Sigmund. Tres ensayos de la teoría sexual, Obras completas, Vol. 7., Amorrortu, Buenos Aires, 1996, p.109.
  4. Cors Ulloa, Raquel. Primer testimonio, 27-28-Uno. Bitácora Lacaniana Número extraordinario, ¿Qué madres hoy? Grama, Buenos Aires, 2019, p. 73.

UN RECUERDO INFANTIL DE LA IMPOSIBLE AUTOBIOGRAFÍA DE GOETHE

Alexander Méndez

 

 

 

En el año de 1917, Sigmund Freud comentará las siguientes palabras que Goethe dejara en su autobiografía titulada Poesía y verdad. Es un recuerdo que parece no decir mucho, cosas de niños, podría decir cualquiera.

«También los niños hacían conocimiento con los vecinos mediante estas galerías, y los tres hermanos Ochsenstein, hijos del difunto alcalde, que vivían enfrente, me tomaron mucho cariño y se ocupaban de mí y me embromaban de diversos modos.

Mis padres contaban toda clase de travesuras mías, que aquellos señores, por lo demás gente retraída y seria, me habían excitado a cometer.

Contaré tan sólo una de ellas. Había habido mercado de cacharros, y no sólo se había provisto la cocina de estos utensilios para algún tiempo, sino que nos habían comprado a los niños, como juguetes, otros cacharros semejantes en miniatura.

Una hermosa tarde en que la casa estaba silenciosa y tranquila jugaba yo en la galería con mis platos y mis pucheros, y no sabiendo ya qué hacer con ellos, tiré uno a la calle, divirtiéndome mucho verlo estrellarse ruidosamente contra el suelo.

Los Ochsenstein, que observaron lo mucho que aquello me regocijaba hasta el punto de hacerme palmotear alegremente, me gritaron: ‘¡Más!’ Sin vacilar tiré en el acto un puchero, y como no dejaron de gritar: ‘¡Más!’, todos los platitos, las cazuelitas y los pucheritos fueron a estrellarse contra el suelo.

Mis vecinos continuaron testimoniándome su aprobación, y yo me sentía extremadamente gozoso de procurarles aquel placer.

Pero mi provisión se agotó, y ellos siguieron gritando: ‘¡Más!’ Entonces corrí a la cocina y traje unos platos de loza, que ofrecieron, al romperse, un espectáculo más divertido aún; de este modo, yendo y viniendo, traje los platos, uno tras otro, según podía alcanzarlos sucesivamente del bazar, y como aquellos señores no se daban nunca por satisfechos, precipité en igual ruina toda la vajilla que pude ir cogiendo. Por fin llegó alguien, pero demasiado tarde para detener y prohibirme aquel juego.

El mal estaba hecho, y a costa de tantos cacharros rotos se tuvo, por lo menos, una historia divertida, que fue, sobre todo para los maliciosos instigadores, y hasta el fin de su vida, un gozoso recuerdo». [1]

En la travesura insignificante Freud lee fuerzas oscuras que nos permiten alegrarnos de no recordar toda la infancia y la casa de la infancia tal cual era. Para un sujeto que novela su propia vida, toparse con la reescritura absurda de sus recuerdos es una de las primeras sorpresas. A veces el recuerdo toma forma de sutura y el precio para tener a la infancia como paraíso no es el olvido sino la recomposición, el recuerdo de otra cosa. Y esto no significa que en la infancia sólo ocurren desgarraduras, pero no transcurre sin alguna.

Las palabras de Goethe sobre una escena de su infancia están precedidas por la fecha y las circunstancias de su nacimiento. Ya que nació como muerto, entonces, fuerzas del destino tuvieron que intervenir quedando demostrada de esta manera la importancia de su existencia. La primera transformación que opera sobre el recuerdo convierte la contingencia por la que casi muere en designio de que debía vivir.

Se nace desde el Otro, porque ese relato de la buena estrella y el nacer como muerto son cosas oídas en casa. Sabemos que es Freud quien nos entrega estas coordenadas que recibe de la lectura de la autobiografía de Goethe.

Poesía y Verdad incluye en el prólogo una carta de un amigo del poeta, pero que fue inventada. Es la ficción sobre la causa puesta en otros que da cuenta del acto mismo de escritura. ¿Qué dice el supuesto amigo? Que al conocer la obra desea poder deducir al autor. Para justificar la empresa de contar su propia vida se la hace demandar por alguien más. Es un gesto similar al de los Ochsenstein del relato de infancia. Son ellos los que le piden que arroje afuera los pequeños trastos, así como el amigo ficticio de la carta pide que publique sus memorias. Tomamos así unas palabras de Goethe para especular sobre otras de sus palabras.

Es muy probable que en su vida cotidiana le hicieran tal petición, pero la ficción de la carta dice bien como inicia el proyecto de escritura. Aunque otro lo demande, solo puede ocurrir por el consentimiento de quien escribe. La carta ficticia finge el origen del texto como la biografía finge la vida misma, aunque sea relatada por aquel que supuestamente la vivió.

«Así, pues, me sometí en seguida al trabajo preliminar consistente en consignar los títulos de las obras mayores y menores de mis doce volúmenes y ordenarlas por años. Traté de rememorar la época y las circunstancias bajo las cuales las alumbré. Pero la empresa pronto se volvió ardua, ya que se hacían necesarias detalladas indicaciones y explicaciones para llenar los huecos existentes entre lo que ya había dado a conocer». [2]

La memoria se presenta con agujeros y el escritor reconoce lo difícil que es suturarlos. Ese esfuerzo por reconstruir el todo incluso lo conectaba con los que dejaron una marca en su vida, aquellos que han sido sus amigos y también los más lejanos, los que lo influyeron desde el “curso político general del mundo”. [3] La lucha termina en el reconocimiento de que es algo inalcanzable que “el individuo se conozca a sí mismo y a su siglo”. [4] La autobiografía es una de las formas de lo imposible y lo que nos entregará entonces es una forma de escritura a mitad de camino. Goethe, haciéndose cargo su título, dirá que su proceder es medio poético y medio histórico.

¿Por qué Freud dedica unas palabras al fragmento de Poesía y verdad citado? Le intriga. Como bien señala Freud, Goethe no desconoce que posiblemente relata un recuerdo encubridor. Es una brújula precisa, en el recuerdo encubridor uno puede saber que algo no cuadra, que las cosas tal vez no ocurrieron como se las recuerda. Goethe no explica su vacilación, sólo señala su confusión. Las últimas palabras del relato “a costa de tantos cacharros rotos se tuvo, por lo menos, una historia divertida, que fue, sobre todo para los maliciosos instigadores, y hasta el fin de su vida, un gozoso recuerdo”, pone afuera el disfrute en el mal causado por la travesura.

Es una travesía en la que seguimos a Freud. Notamos el salto que da en el cuarto párrafo. No se trata de aplicar la clínica al recuerdo de Goethe sino de notar que tal recuerdo brilla por su aparente insignificancia y al leerlo se nos escapa por qué ha sido dado a todo el que abra el libro. Freud nos alienta a sorprendernos con el recuerdo aunque no lo entendamos. Lo insignificante que es elevado como hecho de importancia, se adelanta a lo que puede el discurso analítico proponer a un sujeto. Un analista permite que se lea eso que parece neutro, eso que se recuerda como mera tontería, porque ha sido algo que sobrevivió entre muchos recuerdos posibles.

Si Freud reencuentra en los casos de sus pacientes escenas similares, no es menos cierto que alguno de nosotros podríamos haber visto a algún niño arrojando cosas por las ventanas. En esas escenas ha podido faltar cualquier instigador y es posible desplazar la frase del “a causa de quien”, por un “para quien” los arrojan. Es como si el aparente gesto de arrojar al vacío algo siempre implica a otro que podría aparecer afuera o adentro de la casa. Como en el recuerdo de Goethe, este puede ser un vacío poblado.

Freud nos cuenta en el sexto párrafo sobre otra casa con otro niño haciendo algo similar, y recordando como su agresividad no sólo se dirigía contra los objetos, sino también contra el hermano, pequeño rival por el amor materno. En la misma época que atenta contra su hermano este paciente lanza la vajilla familiar por la ventana. Asistimos luego a las hipótesis de Freud sobre el nacimiento de un nuevo hermano de Goethe que pudo despertar celos similares y como los adultos pudieron leer las reacciones del niño ante la muerte de su hermano: no derramó lágrimas.

Un artista parece aceptar que no sabe todo de sí mismo, pues la historización es una ficción. El artista que relata su recuerdo y cada uno de nosotros, somos como la ilustración del medio pollo del cuento infantil que Lacan recordará en su seminario 17 [5], tenemos un lado incompleto que no vemos. Esa laguna es la que nos autoriza a preguntar por los peculiares recortes y trasformaciones del recuerdo. El salto en la escritura que hace incomprensible el motivo del relato a primera vista, mantuvo a Freud bajo la pista por muchos años, causando una pregunta que la confesión directa de odio hacia algún hermano tal vez no habría logrado.

NOTAS

Freud, Sigmund. Un recuerdo infantil de Goethe en “Poesía y Verdad”. Obras Completas. Biblioteca Nueva, Madrid, 1996, p. 2437

Goethe, Wolfgang von. Poesía y Verdad. Alba, Barcelona, 1999, p. 13.

Ibít.,p. 14.

Ibít.,p. 14.

Lacan, Jacques. El reverso del psicoanálisis, Seminario 17. Paidós, Buenos Aires,1992, p. 58.


OFRECER UNA ESCUCHA SINGULAR

Ximena Rojas

 

 

 

A partir de una experiencia laboral vivida como fallida, en lo que se refiere al trabajo con niños autistas, es que hace un tiempo me interesé en conformar un cartel en el que, entre otras cosas, trabajamos textos sobre autismo. La pregunta, en principio, parecía estar orientada a: ¿Cómo se hace un diagnóstico de autismo? ¿Cómo se trabaja el autismo? Con el tiempo y el trabajo en el cartel, tomó varias formas y develó en realidad otras preguntas en relación a mi propia práctica con niños; entre ellas, empezar a pensar qué implica el encuentro con un niño autista en la práctica analítica.

Conversando con los colegas que integran el cartel, quienes se encuentran además trabajando en instituciones orientadas al trabajo con niños, identificamos que la orientación que predomina en nuestro medio, en lo que se refiere al autismo, tiene que ver con ofertas que se centran en el cambio, modificación, eliminación y desarrollo de conductas y comportamientos que aseguren la inserción de los niños a los distintos espacios sociales.

Esta conversación provoca inmediatamente una pregunta por la propuesta del psicoanálisis acerca del trabajo clínico con niños diagnosticados con autismo, en otras palabras: ¿Cómo pensar la práctica analítica en el campo del autismo?

Jean Claude Maleval, en “El autista y su voz”, señala: “En vano se intenta aprender el autismo a través de la suma de síntomas. No es una enfermedad­”. Es un funcionamiento subjetivo singular.” [1] Pensar el autismo como un funcionamiento subjetivo singular permite no perder de vista que, también y sobre todo en el autismo se trata de lo singular. No es por la vía de la enfermedad que se intenta hacer un lazo con el niño autista, por lo tanto, no se trata de la lógica de curar, se trata más bien de ofrecer un lugar donde aquello singular, aquello que puede ser visto como diferente pueda desplegarse y manifestarse.

Entonces, a diferencia de otras ofertas, donde lo singular no tiene lugar, no es tomado en cuenta, o es más bien aquello que tiene que reducirse, desaparecer, el psicoanálisis ofrece un tratamiento distinto de lo singular, lo singular se escucha.

Esta escucha de lo singular implica que, como orientación, no hay dos sujetos iguales. En el caso del autismo invita a pensar en que no se trata de reducir lo singular a síntomas comunes, no hay dos autistas iguales. Maleval señala: “todas las practicas psicoanalíticas tienen en común el hecho de preconizar el respeto de lo singular y su no disolución en lo universal” [2]. Una manera de poner en acto este respeto es escuchar aquello singular, alojar eso que muchas veces, sobre todo, en el autismo no encuentra lugar, si se logra escuchar lo singular podemos evitar que el sujeto se pierda en las categorías universales.

Encontrarse con un sujeto autista implica, entonces, entre otras cosas, escuchar desde un no saber anticipado, pues lo que no se puede anticipar es aquello que tiene que ver con lo singular. “Diagnosticar implica tener en cuenta en cada caso los efectos singulares de esta determinación inconsciente. De hecho para saber diagnosticar conviene poner más bien en suspenso lo que ya sabemos a partir de observaciones anteriores” [3], poner en suspenso lo que ya sabemos y dejarse sorprender por aquello singular de este funcionamiento subjetivo.

Las conversaciones y trabajo con los colegas del cartel han llevado, entre otras cosas, a preguntarnos sobre el lugar de lo singular en las instituciones donde trabajan, y en la práctica con niños. De esta manera, una colega del cartel se pregunta: ¿si será posible trabajar programas de modificación de conducta anteponiendo y partiendo de lo singular de cada niño? Otra colega señala que en un punto trabajar con niños implica estar confrontados a un enigma, es necesaria la posición del no saber para poner en marcha la escucha analítica.

Sin duda, en la práctica analítica con sujetos autistas, la apuesta es por la escucha de lo singular, teniendo en cuenta que el sujeto autista tiene formas particulares de manifestar aquello singular y que estas formas no son siempre fáciles de soportar. “Es obvio que no van a dirigirse a nosotros como esperaríamos, y es cierto que esto puede causar un enorme sufrimiento” [4]. Encarnar ese lugar que conviene al trabajo con sujetos autistas está atravesado por la formación teórica, la práctica y supervisión clínica, y el análisis de cada uno, donde aquello singular del analista encuentra, también, un lugar donde es escuchado con respeto.

NOTAS

  1. Maleval, Jean Claude. El autista y su voz. Gredos, Madrid, 2011, p.21.
  2. Maleval, Jean Claude. ¡Escuchen a los autistas! Grama, Buenos Aire, 2012, p.10.
  3. Ruiz Iván. Otras voces escritas. Gredos, Madrid, 2019, p.80.
  4. Carbonell Neus, Ruiz Iván. No todo sobre el autismo. Gredos, Madrid, 2019, p.84.

 

 

 

 

 

 

EL PSICOANALISTA EN LA CIUDAD

 

 

 

 

 

 


“EL DISCURSO ANALÍTICO Y LA ACCIÓN LACANIANA”

Susana Schaer

 

 

 

Santiago Castellanos (ELP), invitado por Raquel Cors Ulloa y Sofía Guaraguara, responsables de Enlace Acción Lacaniana, conversa con miembros y asociados de la NEL. Gabriela Urriolagoitia (NEL) estuvo encargada de la interlocución.

Propuso abordar el discurso analítico y la acción lacaniana que corresponde a la orientación del Campo Freudiano, establecida por Jacques-Alain Miller, que desde el 2017 se extiende al plano de la política “Campo freudiano: año cero”.

El discurso analítico, que incluye lo diverso, lo múltiple, lo singular, ha trascendido fronteras y lenguas. JAM, siguiendo a Lacan, se encargó de establecer un engranaje ―Escuelas, Institutos y otras instancias― en el que circula un deseo vivo y donde “la acción lacaniana” encuentra una orientación.

Ante la pregunta sobre cómo preservar la especificidad del discurso analítico y a la vez hacerlo existir en el campo de lo social, señala que el Campo Freudiano orienta la práctica del psicoanálisis, su devenir, tomando como centro de gravedad la orientación clínica, siendo así que se llevan a cabo iniciativas y batallas, por ejemplo, la del autismo.

Subraya que, si el psicoanalista en el acto analítico no opera desde el lugar del S1, lugar de las identificaciones, tampoco lo hará en relación a lo social o lo político. ¿Cómo intervenir entonces? ¿Desde qué lugar y qué discurso hay que hacerlo? Santiago Castellanos plantea que hay que hacer una elección: entre el S1 y el objeto a. Lacan eligió el lado del a, elección que JAM traduce como “la herejía prevalece sobre la ortodoxia”.

Plantea que el psicoanálisis no puede pensarse al margen de la subjetividad de la época. Freud ante el nazismo, Lacan frente al capitalismo. Hoy, la crisis de la utopía comunista y la desigualdad que conlleva el modelo neoliberal facilitan que discursos mortíferos y populistas resuenen en el inconsciente de millones de personas, instalando nuevos discursos cuyas identificaciones e identidades promueven la segregación, el nacionalismo y el odio a lo extranjero.

El discurso analítico se orienta por una ética que defiende al sujeto y la civilización frente a las derivas mortíferas y autoritarias que nos pueden conducir a lo peor.

Retomando a Eric Laurent, refiere que los analistas deben pasar de la posición de especialistas en la desidentificación, a la de analistas ciudadanos, bajo la comunidad de intereses que se muestra entre el discurso analítico y la democracia. Pasar también del analista encerrado en su reserva a un analista que participa, sensible a las formas de segregación, capaz de entender cuál es la función que le corresponde en esta época que cambia, tanto como defender una posición ética y política a la vez, cuya brújula debería ser la defensa de los Derechos Humanos en un marco de libertad democrática.

A partir de su propia experiencia de análisis, señala que se trata de intervenir en la política, pero desde el discurso analítico para hacer un uso al servicio de la política del psicoanálisis y no al revés.

Destaca que la experiencia analítica da mayor libertad y la posibilidad de sostener una enunciación propia, no alienada al discurso del amo, ni encadenada a la lógica de las identificaciones y el goce que las mismas soportan.

Discurso analítico, acción lacaniana y ética. Tal la articulación que está en juego.

NOTAS

  1. Reseña del Enlace de Acción Lacaniana con Santiago Castellano e interlocución de Gabriela Urriolagoitia, sábado 29 de febrero de 2020.

EL EXILIO IMPOSIBLE, LA LENGUA SINGULAR

Fabiana Chirino

 

 

 

Con: Marie-Helene Brousse
Interlocución: Sofía Guaraguara
23 de mayo 2020

Bajo el título “Exilio y lenguas”, Marie Hélène Brousse fue invitada a un encuentro de “Enlace Acción Lacaniana” de la NEL. Ocasión en la que nos propuso una articulación inédita que provocó una animada conversación.

Marie Hélène Brousse ubicó que el exilio más íntimo tiene que ver con la lengua propia, ese modo singular en que cada uno respondió al encuentro traumático con el lenguaje. Marcas tempranas, que permanecerán imborrables en cada parlêtre, constituyendo aquello de lo no se puede huir. A excepción del autista que sostiene una insondable condición de rechazo del lenguaje y del Otro.

Al respecto, Marie Hélène Brousse propone pensar el exilio en relación al cuerpo exiliado en el lenguaje, como la articulación significante que inscribe al sujeto en el campo del Otro, que luego – en una primera declinación- conformará el Discurso del Amo, a partir del cual el viviente se constituye como ser hablante y se inscribe en un lazo social. Se trata de palabras oídas, que funcionaron como marcas y piezas fundamentales en la constitución del Inconsciente ―segunda declinación―, las cuales quedaron fijadas, constituyendo la lengua propia “que no puede, para nada, hablar con nadie, ni consigo mismo” [1], pues no sirve a la comunicación, sino que es una inscripción y escritura en el cuerpo ―tercera declinación―.

En esta perspectiva, el exilio se presenta en tres dimensiones: una primera, localizada entre los registros imaginario y simbólico, donde el sentido fuga, aspecto que Marie Hélène Brousse asocia con la condición subjetiva migrante, que se presenta como un deseo de irse, huir. Este sería un “exilio constituyente”, en el que todo ser hablante habita, pues el sentido es el hábitat donde el funcionamiento se presenta como huida y malentendido estructural. Un segundo exilio se ubica en la intersección de lo simbólico y lo real, donde el goce fálico, ordenador del mundo en categorías y dimensiones, opera como unidad de medida “ordenando nuestro exilio en la lengua”. [2] Finalmente, en la intersección de lo imaginario y lo real, se produce un exilio que remite al goce Otro que habita en el cuerpo y está vinculado al Otro tachado, que no puede operar como límite ni garantía de funcionamiento y que “incluye un vacío, un hueco” [3], que produce la infinitización.

Ante ello, un análisis permite hacer con esta condición de exilio, donde el sujeto “desplazado, perdido, migrante, sometido a la huida de sentido”, logra nombrar su síntoma, posibilitándole ello, encontrar “puntos de referencia, para dar forma inestable, a lo que es, un cuerpo hablante”. [4] Si de la lengua, el parlêtre no se puede exiliar, nombrar le da al sujeto la posibilidad de desplazamiento, aspecto verificado en los testimonios de pase de los AE.

Por lo tanto, la formulación de Marie Hélène Brousse ubica dos coordenadas: la imposibilidad de exiliarse de la propia lengua y la posibilidad de escribir algo de ella, para encontrar un punto de detención y desplazamiento en ese exilio del ser hablante.

Finalmente, la interlocución de Sofia Guaraguara, responsable junto a Raquel Cors de Enlace Acción Lacaniana, propuso una serie de preguntas que movieron a la conversación, dando lugar a un encuentro de Escuela, que a pesar de la distancia de los cuerpos en este tiempo de virtualidad, sostuvo el lazo transferencial con el psicoanálisis, como punto vivo de un, cada vez, nuevo enlace con la Escuela.

NOTAS

  1. Brousse, Marie-Hélène. Exilio y lenguas. Enlace Acción Lacaniana, NEL, 23 de mayo de 2020.
  2. Ídem.
  3. Ídem.
  4. Ídem.

ENLACE ACCIÓN LACANIANA NEL – LA ESCUELA Y LA FORMACIÓN DE LOS ANALISTAS

Maite Russi

 

 

 

Con: Vicente Palomera (ELP)
Interlocución: Patricia Tagle (NEL)
Mayo 30, 2020

 

Vicente Palomera nos plantea ¿Cómo ofrecer una formación que esté a la altura de la época? Señala que la práctica del psicoanálisis está afectada por los estragos de la actualidad, lo cual nos exige ser capaces de leer lo que acontece en nuestro entorno. Se trata de validar la especificidad de nuestra disciplina, enfatizar lo que la caracteriza como formación y práctica única que se basa en lo irreductible del síntoma, orientada por lo real.

De esta manera nos invita a un recorrido que coloca en el centro de la formación del analista, al saber que se revela en el propio análisis. En un análisis en el que se logra atrapar un saber que estaba allí antes de saberlo, que le permite al sujeto saber cómo se produjo el inconsciente. Señalando esa zona como el lugar donde desfallecen los saberes que se enseñan por la vía exterior.

Nos hace pensar la formación de los analistas como contingente, como tyche, del orden del encuentro no azaroso, responsabilizando a los analistas de su formación. Señala que en la experiencia analítica hay una revelación que permite una relación diferente con el inconsciente. Orientándose a partir de Lacan quien pone el acento de la garantía en la revelación de la experiencia analítica. Lo que el análisis le enseña al sujeto una vez llegado el final, lo pone no solamente en condición de practicar el análisis, sino también en condición de transmitirlo y hacerlo progresar.

Marcará que la formación que garantiza una escuela por medio del control y las instancias de la garantía son claves. En la formación analítica nos confrontamos con una tensión, un clivaje que separa la experiencia del analizante y su práctica analítica. La escuela está comprometida a sostener la oferta de análisis y la práctica del psicoanálisis. El objeto de la escuela viene a ser la formación del analista, enmarcado en el pase, la garantía y el cartel. Palomera se referirá en esta oportunidad a dos comisiones: pase y garantía.

Ubica a la comisión de la garantía como el lugar para tratar la relación entre el discurso del amo y el discurso analítico, donde se plantea un doble postulado, en ese sentido cita a Miller: “El discurso analítico se somete abiertamente al discurso del amo y al mismo tiempo sigilosamente lo subvierte.” Por un lado, es el compromiso del analista a sostener el acto analítico y por el otro a pensar el psicoanálisis en la actualidad.

Por otra parte, tenemos el control, allí donde se trata de vaciar toda subjetividad del acto y verificarlo après-coup, confirmándolo cada vez que hay un nuevo AE.

Palomera concluye diciendo: “La formación no se hace siguiendo un curso, sino que se realiza como dice Miller, por inmersión, las condiciones de esa inmersión son las que hay que ajustar sin cesar renovándose en función de cada época.”

Patricia Tagle

Orientada por las Bitácoras 7 “La experiencia de escuela” y 8 “Formación del analista”, se pregunta ¿En qué momento lógico se encuentra hoy la NEL como escuela sujeto? citando a Miller: “Una escuela capaz de poner al analista en posición de analizante.” Cuyos efectos están en las cuatro nominaciones de AE y tres en ejercicio.

Patricia Tagle da una mirada a la formación del analista desde la ultimísima enseñanza de Lacan y propone una aproximación ya no como un trípode sino más bien como un nudo, es decir, topológicamente.

Concluye diciendo: “Con Lacan el control y el pase son cuestión de deseo, de gusto, tienen en común no ser obligatorios.”


“ADOLESCENCIA, EL PROBLEMA DEL UMBRAL”

Mónica Larrahondo

 

 

 

Con: Marco Focchi
Interlocuci ón: Adolfo Ruiz
Sábado, 27 de Junio de 2020

El 27 de Junio de 2020 se llevó a cabo nuestro cuarto encuentro del año del espacio Enlace Acción Lacaniana. Para ésta ocasión hemos tenido como invitado a Marco Focchi, AME miembro de la Scuola Lacaniana di Psicoanalisi (SLP) y de la AMP. Como interlocutor tuvimos a Adolfo Ruiz, miembro de la NEL y de la AMP. El enlace sostenido entre ambos tuvo como título “Adolescencia, el problema del umbral”, recordándonos que para Lacan la adolescencia lejos de ser un estadio del desarrollo es, más bien, un pasaje que se recorre en tiempos lógicos más que cronológicos.

Focchi diferencia la concepción evolutiva desarrollada por algunos autores de la IPA, como Erik Erikson, con la orientación de Lacan. Para Erikson, la adolescencia responde al tiempo cronológico según el cual habría una crisis de identidad, donde el adolescente buscaría ser comprendido. Sin embargo, a criterio de Focchi, el adolescente “es como el genio incomprendido, el genio que tiene que ser incomprendido porque sino no sería genio”, lo que supone un respeto por la palabra del adolescente que está dando testimonio del problema del umbral y su decisión implicada.

Lacan, a diferencia de los posfreudianos, considera que no hay movimiento lineal y cronológico de un estado a otro, sino una serie de movimientos psicológicos causados por la pulsión. En su texto “Prefacio a El despertar de la primavera” (1974), Lacan ubica en el núcleo problemático de la adolescencia la imposibilidad de la relación sexual. Focchi plantea que en la adolescencia lo crucial no es tanto la revelación de su propia sexualidad, pues desde niño la conoce, sino la revelación de la sexualidad del Otro, y con ello el significante del Otro barrado. La adolescencia es la caída de los semblantes, de los cuentos de hadas, donde ya no hay “divinidades de la tribu”, aspecto que causa problemas e impasses en la vida de cada uno.

En su interlocución, Adolfo Ruiz señala que en el umbral “el sujeto sale del recinto simbólico de la familia para asomarse al mundo”, lo cual exige elecciones y decisiones en relación al goce, cuya salida es siempre singular, y de las cuales el sujeto es siempre responsable, incluso cuando pareciera no elegir y la adolescencia se prolongara.

El problema de la adolescencia es entonces “el problema del umbral” de la salida de la infancia, en tanto es allí donde cada uno se ve convocado a realizar un pasaje que pareciera no cesar de no atravesarse. Como bien lo señala Raquel Cors en la conversación, “cruzar el umbral no es lineal. El umbral no es algo que se pueda verdaderamente marcar […] todo el tiempo de nuestra vida estamos cruzando el umbral”, en tanto siempre hay algo nuevo, algo que nos despierta y nos confronta con la inconsistencia del Otro.

Focchi finaliza entonces el encuentro con la siguiente provocación: “¿Hay alguien que haya salido de la adolescencia? Que levante la mano”.


CUERPOS SIN LAZOS

Macklign Limache

 

 

 

Con: Pierre Sidon
Interlocuci ón: Alba Alfaro
11 de julio 2020

La posibilidad de escuchar la experiencia de trabajo y el recorrido de formación de un analista, no solo en el espacio de un consultorio sino articulado a una institución es un privilegio que Pierre Sidon (ECF) nos ha permitido en una sesión de trabajo en el marco de Enlace Acción Lacaniana NEL, que bajo el título “Cuerpos sin lazos” animó una conversación virtual.

Pierre Sidon colocó en el centro de su transmisión un caso, una mujer que en su primera borrachera a los 14 años inicia la toxicomanía que pasará por el alcohol en un primer momento y la comida luego, a partir del cual plantea el cuerpo de esta mujer como un saco sin borde que engorda desde que ya no bebe, haciendo una precisión clínica sobre la ausencia de borde en ese cuerpo en el que yace un sentimiento de vacío, es decir vía el alcohol se puede hacer consistir algo de un cuerpo, vaciar el goce en exceso, ya que es en esta extracción en el que paradójicamente le permite situar una consistencia que por la imagen no es posible pero que le produce estragos y un cortocircuito en la fragilidad de sus lazos, agregará que son estos cuerpos sin lazos de los sujetos que en la deriva del consumo y del discurso capitalista pueden provocar cierta desubjetivación contemporánea.

Con frecuencia se dice que la droga hace gozar, pero lo que se recoge de la práctica y la experiencia, nos dirá Pierre Sidón, es lo contrario, la droga o alcohol vacía el goce en exceso, allí podemos ubicar en las toxicomanías una lectura de la vertiente joyceana del cuerpo-cáscara.

Haciendo énfasis en el caso hará un viraje en la transmisión para ubicar el lugar de la institución, no solo para una lectura del discurso psicoanalítico en la institución, sino también para mostrarnos como una institución orientada por los principios analíticos puede dejarse usar, siguiendo el caso, para poder construir un borde, la articulación cuerpo y lazo es posible sostenido en una política institucional, en donde los dispositivos se sostienen por un equipo de trabajo que coloca su deseo en favor de estos sujetos que pueden estar contentos de estar dejados a su suerte.

La interlocución a cargo de Alba Alfaro (NEL-CdMx) permitió ubicar en el trabajo de Pierre Sidón, las dos líneas de presentación, institución y caso, resaltando, por un lado, como las funciones, reglas y los mismos dispositivos pueden permitir al sujeto toxicómano dirigir su síntoma, hacer lugar a una posibilidad para el lazo, un anudamiento en construcción; y, por otro lado, como la función del tóxico le procura un cuerpo para extraviarse.

Uno de los puntos que surgieron de las preguntas y la presentación, es sobre lo que planteará, siguiendo a Foucalt y Lacan, un mínimo de amo, un mínimo de enseñante, un mínimo de reglas que faciliten un sostenimiento de estos sujetos en la institución, y a partir de allí ocupamos la función faltante de su relación torcida con el significante amo.

Cuerpo, tóxico, lazos, goce, institución, escritura y borde, serán algunos de los significantes que amablemente Pierre Sidon puso al trabajo para la NEL y que agradecemos su esfuerzo de transmisión.


 

 

 

 

 

 

RESONANCIAS DE LOS OBSERVATORIOS DE LA FAPOL

 

 

 

 

 

 


FAMILIA,  ESCUELA,NIÑOS, EN LA ÉPOCA DE LOS “UNOS  SOLOS”

Susana Schaer

 

 

 

A los psicoanalistas que trabajamos en instituciones educativas nos toca ver el despliegue del discurso imperante, el de la cifra y al mismo tiempo advertir cómo se las arreglan los niños con su singularidad y con el modo de hacer lazo tan complejo hoy.

En las escuelas, padres y maestros serviles al discurso capitalista que promueve un “todos solos”, en ocasiones, abandonan a los niños a su suerte, quienes deben consentir ―o resistir― al significante amo más tonto, pero a su vez el más elaborado, el 1, dirá Jacques-Alain Miller, que reduce al sujeto a esta cifra, haciendo así su entrada en una época marcada por la contabilización, el registro, la prevención y el miedo.

La llamada “Dictadura de la media”, con su ideal estadístico, impone una norma, una ley que no procede del Otro sino de cada quien -proviene de sí mismo, de sus decisiones, de la casilla dónde hizo la marca del test-, lo que lleva al sujeto a no poder rebelarse, ni oponerse a la misma. Esto coloca a los niños en un callejón sin salida: O bien se ubican dentro de la escala establecida o bien quedan fuera debiendo consentir a una etiqueta, a significantes férreos (ADDH, depresión, etc.) que borrarían todo derecho, toda responsabilidad.

Al no acoger, al no dar lugar a la invención del parlêtre, al niño, de un modo engañoso se le proponen estos significantes como una forma de nombrar su particularidad que, en un mismo movimiento, y con una violencia sin precedentes, borra toda singularidad.

Miller señala algunas de las consecuencias de esta privación. Una de ellas es el uso político de la dictadura de la cifra, siendo perseguidos aquellos que se desvían de la misma, con el consecuente factor de estancamiento, de implicancias nefastas, no sólo para los sujetos en su particularidad, sino también para la humanidad. Otra de las grandes consecuencias, es la sustitución del destino por un destino del orden del “para todos”, con la referencia fundamental a la pérdida de la libertad individual y con ella la de la libertad de palabra.

Estos aspectos pueden ser observados a partir de una experiencia en un colegio de la ciudad de La Paz, Bolivia, cuyo protagonista es Emilio, un niño alegre, habitado por un deseo.

Emilio cursa el pre-escolar, tiene 5 años y por inquietud de sus padres, es sometido a una evaluación cognitivo comportamental. La psicóloga que lo evaluó concurre a la escuela. Comenta que Emilio presenta un cuadro de ADDH, con puntajes bajos en sus test por lo que sería derivado al neurólogo y recibiría un tratamiento psicopedagógico.

La profesora comenta que es un niño que le cuesta un poco seguir instrucciones y que en ocasiones no respeta las normas. Pese a su corta edad a Emilio le encanta leer. Cada mañana va a la biblioteca y allí elige sus libros. Luego se encuentra ansioso por verlos y no respeta la rutina diaria.

En las familias hipermodernas hay desasosiego y angustia, los padres no saben muy bien qué hacer con los hijos. Eric Laurent señala que al ponerse en evidencia el carácter ficcional de los lazos familiares, se revela el niño como lo que es, un objeto real, pasional, deseado, rechazado, es decir, un obstáculo para la familia y sus ideales.

Cuando los niños no entran en la norma y el colegio llama a sus padres, o ellos por iniciativa propia deciden ir a la consulta, se pone en evidencia tal condición. En lugar de sostener la angustia y los interrogantes que se generan, estos son taponados con test e imágenes, reeducación o medicación, con la pretensión de hacer que el sujeto responda a la tiranía de la norma.

Hoy los pedagogos, serviles al discurso de un amo desencarnado, anónimo, por el sesgo de un saber al que no le interesa saber sus efectos sobre los sujetos, se ven impelidos a hacer entrar al niño, dentro del discurso imperante.

¿Y qué pasa cuando se precipita al niño hacia los unos ofertados por las TCC y se lo priva de tal invención? Freud advertía lo delicado que es suprimir los síntomas, ya que, son quienes organizan el mundo de las pulsiones más allá de la creencia en el semblante del padre.

¿Qué sucedió con Emilio? Como se trata de proteger a los niños expuestos al discurso de las neurociencias, a los delirios familiares, profesionales e institucionales, se recuerda a la profesora que la lectura es un rasgo singular que hay que retomar, consistiendo justamente en esto la “enseñanza diferenciada” que promueve la escuela, y se señala a los padres que sus preguntas y desacuerdos respecto de la crianza de su hijo, lo expusieron a un diagnóstico que cambiaría por completo sus vidas. Se establece lo innecesario que es concurrir al neurólogo y que no se comunicará el contenido del informe a maestros y directores.

Por lo tanto, se trata no sólo de alojar lo singular sino, en acto, encarnar un lugar éxtimo, ofertado en este caso desde mi posición como psicóloga en una Institución Educativa. Y desde allí, desde la lectura que nos permite el psicoanálisis de la orientación lacaniana, operar ante el desierto de la cuantificación que crece, esto es, agujerear las consistencias diagnósticas que atrapan al parlêtre en la cifra de los discursos educativos, pedagógicos y psicológicos con los que hoy nos toca dialogar y tratar. Discursos habitados ―como lo señala Miller citando a Nietzsche― por los últimos hombres, llámense padres, maestros, restituyendo así, en un doble movimiento, lo único, lo singular, lo incomparable que en el caso de Emilio encarnaba su deseo por la lectura, como también, poder animar, invitar, provocar a padres y educadores a poder transmitir un deseo que no sea anónimo.

BIBLIOGRAFÍA

  • Miller, Jacques–Alain y otros. Los miedos de los niños.Paidós, Buenos Aires, 2017.
  • Najles, Ana Ruth. El niño globalizado. Plural Editores, La Paz, Bolivia, 1996.
  • Miller, Jacques-Alain. Un esfuerzo de poesía. Paidós, Buenos Aires, 2016.
  • Miller, Jacques-Alain, Todo el mundo es loco. Paidós, Buenos Aires, 2015.
  • Miller, Jacques-Alain. La era del hombre sin atributos. Virtualia #15, Julio/agosto, 2006.
  • Laurent, Eric. 2014.[En línea]. El niño como real del delirio familiar. Disponible en www.nelguatemala.org/publicaciones/el-niño-como-real-del-delirio-familiar.
  • Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Alianza, Madrid, 1981, p. 39-40

Staff

Directora Responsable: Raquel Cors Ulloa – Vicepresidenta NEL, 2018-2020

Asesora: Clara María Holguín

Directora de publicación: Raquel Baloira

Consejo editorial: Patricia Tagle, Gabriela Urriolagoitia, Ricardo Aveggio

Edición: Carla Margarita González

Diseño del cartel: Rubén Darío Moreno